Por Marcos Roitman Rosenmann.
La relación entre partidos políticos y democracia parece unívoca. La
existencia de muchos se entiende como síntoma de buen funcionamiento
democrático. Desde su axioma se extrae la siguiente premisa. La
democracia es un juego entre partidos, su objetivo, disputar cargos
públicos para gestionar fondos y controlar las decisiones que orientan
el proceso económico-social al interior del capitalismo. Esta definición
minimalista del papel de los partidos políticos y la democracia, como
procedimiento electoral para elegir gestores, ha ganado terreno frente a
la concepción de los partidos políticos como constructores de
alternativas y defensores de la democracia, en tanto práctica plural de
control y ejercicio social del poder, desde los principios del bien
común, la dignidad y ética.
No todos los partidos son democráticos. El político como servidor del
Estado, al margen de valores éticos, ideologías y principios, se ha
extendido. Una nueva generación reclama el traspaso de poderes y se
proyecta como la élite política del recambio y la regeneración. Se
definen como jóvenes dotados de cualidades hasta ahora desconocidas. Se
consideran elegidos dado sus conocimientos ¿aristócratas del saber?
Currículum brillante, doctorados en universidades privadas, políglotas,
emprendedores, expertos en redes sociales y el mundo digital. Se
autodenominan la generación de los mejor formados de la historia. El
poder les pertenece, se trasforman en adalides de la lucha contra la
corrupción y practican la política de la transparencia. La reclaman para
desnudar las prácticas de los considerados políticos de la guerra fría.
Chul-Han, uno de los filósofos más creativos de este siglo, apunta en su ensayo, Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder,
cual es el significado de reclamar transparencia en el mundo actual: La
reivindicación de la transparencia presupone la posición de un
espectador que se escandaliza. No es la reivindicación de un ciudadano
con iniciativa, sino la de un espectador pasivo. La participación tiene
lugar en forma de reclamación y queja. La sociedad de la transparencia,
que está poblada de espectadores y consumidores, funda una democracia de
espectadores.
La sociedad de la transparencia no tiene ningún color. Los colores no
se admiten como ideologías, sino como opiniones exentas de ideología,
carentes de consecuencias. Por eso se puede cambiar de opinión sin
problemas. Un día digo, digo, al día siguiente digo Diego, y al tercero,
ni digo, ni Diego, sino Pedro.
Desde la democracia digital de consumo por Twitter y Facebook se
habla de generaciones amortizadas y desechables. Bajo este contexto
surgen partidos políticos que huyen de cualquier vínculo con las
derechas o las izquierdas. Sus nombres son ambiguos y gelatinosos.
Suelen referenciar actitudes alusivas al esfuerzo individual, suma de
voluntades. Hay que ser positivos. En la mayoría de los casos son
partidos atrápalo todo. En España, Ciudadanos, Podemos, Unión Progreso y
Democracia. La experiencia se reproduce en la mayoría de países. Tienen
un punto de unión: su obsesión por la transparencia.
Sin embargo, la transparencia sólo es posible en un espacio
despolitizado. Por ello son la cara amable del neoliberalismo de segunda
generación, sustituyen a los partidos socialdemócratas y de
centroderecha. Nada que ver con la coalición griega de izquierda
radical, cuyas siglas son Syriza. Nuevamente, Byung Chul Han, en su obra
La sociedad de la transparencia, apunta acerca de su
significado en el neoliberalismo: Las cosas se hacen transparentes
cuando abandonan cualquier negatividad, cuando se alisan y allana,
cuando se insertan sin resistencia en el torrente liso del capital, la
comunicación y la información. Las acciones se tornan transparentes
cuando se hacen operacionales, cuando se someten a los procesos de
cálculos, dirección y control. (…) Las cosas se vuelven transparentes
cuando se despojan de su singularidad y se expresan completamente en la
dimensión del precio. El dinero, que todo lo hace comparable con todo,
suprime cualquier rasgo de lo inconmensurable, cualquier singularidad de
las cosas. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual.
(…) La transparencia estabiliza y acelera el sistema por el hecho de que
elimina lo otro o lo extraño. Esta coacción sistémica convierte a la
sociedad de la transparencia en una sociedad uniformada. En eso consiste
su rasgo totalitario.
Así, la trasparencia de la cual hacen gala, nada dice de la
democracia. En su reivindicación no reclaman hacer transparente cómo,
quiénes y cuántos participan en el proceso de toma de decisiones, la
construcción de la agenda y la designación de cargos. Sólo reclaman la
transparencia del dinero. ¿Cuánto gana un político?, ¿cuál es su estado
de cuenta bancario?, ¿qué propiedades posee?, ¿dónde vacaciona?, ¿qué
compra? Sin duda ello es necesario, pero insuficiente y nada
significativo. La transparencia del dinero no hace la democracia ni
genera una sociedad más libre y participativa, simplemente explota lo
visible hasta convertir la transparencia del capital en una realidad
obscena. Su posible éxito puede minar el futuro de un proyecto
democrático real, afincado en la participación, la mediación, el
diálogo, la negociación y la representación. Negando el conflicto
desaparecen las contradicciones. Démosle la bienvenida.
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