Por Tim Anderson
En estos tiempos de ‘revoluciones de color’ el lenguaje se ha vuelto
al revés. Los bancos se han convertido en los guardianes del medio
ambiente natural, fanáticos sectarios son ahora ‘activistas’ y el
imperio protege al mundo de los crímenes mayores, en lugar de
cometerlos.
La colonización de la lengua esta en camino a nivel mundial, entre
las poblaciones con altos niveles de educación, pero es particularmente
virulenta en la cultura colonial. ‘The West’, el autodenominado epítome
de la civilización avanzada, reinventa con vigor su propia historia,
para perpetuar la mentalidad colonial.
Escritores como Fanon y Freire señalaron que los pueblos colonizados
sufrian daños psicológicos y es necesario ‘descolonizar’ sus mentes, a
fin de llegar a ser menos deferente hacia la cultura imperial y para
afirmar más los valores de sus propias culturas. Por otro lado se ve el
legado colonial en las culturas imperiales. Los pueblos occidentales
mantienen su propia cultura central, si no universal, y tienen
dificultades para escuchar o aprender de otras culturas. Cambiar esto
requiere un poco de esfuerzo.
Las élites poderosas están muy conscientes de este proceso y tratan
de cooptar fuerzas vitales dentro de sus propias sociedades, colonizando
lenguaje progresista y trivializan el papel de otros pueblos. Por
ejemplo, después de la invasión de Afganistán en 2001, la idea de que
las fuerzas de la OTAN estaban protegiendo a las mujeres afganas se
promovió y ganó popularidad. A pesar de la amplia oposición a la
invasión y la ocupación, esta meta ‘humanitaria’ apeló al sentido
misionero de la cultura occidental.
En el 2012, Amnistía Internacional puso carteles que decian ‘OTAN:
que mantenga el progreso’, sobre los derechos de las mujeres en
Afganistán, mientras que el Instituto George W. Bush recaudó fondos para
promover los derechos de las mujeres afganas.
El balance de la situación, despues de trece años de ocupación por la
OTAN, no es tan alentador. El informe del PNUD de 2013 muestra que sólo
el 5,8% de las mujeres afganas poseen alguna educación secundaria (el
séptimo más baja del mundo), la mujer afgana en promedio tiene 6 bebés
(la tasa igual tercera más alta del mundo, y vinculado al bajo nivel
educativo), la mortalidad materna es 470 en 100,000 (igual décimo-novena
entre los mas altos del mundo) y el promedio de la esperanza de vida es
de 49,1 años (igual sexta más baja del mundo). Este ‘progreso’ no es
nada impresionante.
En muchos sentidos, la larga ‘guerra feminista’ en Afganistán se basó
en el legado británico en la India colonial. Como parte de la gran
‘misión civilizadora’, el imperio afirmó estar protegiendo a las mujeres
indias del ‘sati’, una práctica en que las viudas se arroján (o son
arrojadas) en la pira funeraria del marido. De hecho, el dominio
colonial trajo pocos cambios a esta rara práctica. Por otra parte, el
empoderamiento más amplio de las niñas y las mujeres en el marco del
imperio británico era una triste broma. En el año de independencia la
tasa de alfabetización de los adultos alcanzó sólo el 12%, y el de las
mujeres mucho menos. Mientras que la India aún está atrasado en muchos
aspectos, el progreso educativo fue mucho más rápido después del 1947.
Tales hechos no han frenado a historiadores como Niall Ferguson y
Lawrence James, los que tratan de sanear la historia colonial británica,
sobre todo para defender las intervenciones más recientes. Podría
parecer difícil de justificar el colonialismo, pero el argumento parece
tener una mejor oportunidad entre los pueblos con una historia colonial,
ellos que buscan alguna forma de reivindicación desde dentro de sus
propias historias y culturas.
El lenguaje norteamericano es un poco diferente, ya que los Estados
Unidos de América afirman que nunca han sido una potencia colonial. El
hecho de que las declaraciones sobre la libertad y la igualdad fueron
escritos por los propietarios de esclavos y limpiadores-étnicos (la
Declaración de Independencia de Estados Unidos tgiene la fama de atacar a
los británicos por la imposición de límites en la incautación de las
tierras nativas americanas) no ha atenuado el entusiasmo por esos finos
ideales. Esa tradición hábil sin duda influye en la presentación de las
recientes intervenciones realizadas por Washington.
Después de las invasiones de Afganistán e Iraq, vimos un cambio de
enfoque, con las grandes potencias enlistando fanáticos sectarios contra
los estados independientes de la región. Incluso el nuevo estado
iraquí, que emerge de las cenizas, después del 2003, fue atacado por
estos fanáticos. La ‘primavera árabe’ vio Libia pisoteado por una
pseudo-revolución, apoyada por los bombardeos de la OTAN, luego
entregado a grupos de al Qaeda y a colaboradores con los poderes. El
pequeño país que una vez tuvo el nivel de vida más alto en África
retrocedió décadas.
Luego vino la Siria valiente, que resiste a un precio terrible;
mientras que la guerra de propaganda sigue fuerte; y pocos en el oeste
parecen ser capaz de penetrar en ella. La izquierda occidental comparte
sus ilusiones con la derecha occidental. Lo que decian al principio fue
que era una ‘revolución’ nacionalista y secular – un levantamiento
contra un ‘dictador’ el cual asasinaba a su propio pueblo – ahora está
dirigida por ‘rebeldes moderados’ o ‘islamistas moderados’.
Los extremistas islamistas, que en repetidas ocasiones dieron a
conocer sus propias atrocidades, ahora son una especie diferente, contra
quien Washington finalmente se decidió a luchar. Mucho de esto puede
parecer ridículo a los árabes o latinoamericanos educados, pero conserva
cierto atractivo en el occidente.
Una de las razónes por tal diferencia es que la nación y el estado
significan algo diferente en el occidente. La izquierda occidental
siempre ha visto al estado como algo monolítico y al nacionalismo como
algo parecido al fascismo. Sin embargo, las ex-colonias mantenian una
esperanza en el estado-nación. Las poblaciones occidentales nunca
tuvieron un Ho Chi Minh, un Nelson Mandela, un Salvador Allende, un Hugo
Chávez o un Fidel Castro. En consecuencia, por mucho que los
intelectuales occidentales critiquen a sus propios gobiernos, no están
dispuestos a defender a otros. Muchos de los que critican a Washington o
Israel no defienden a Cuba ni a Siria.
Por ende las guerras sucias se venden mas facilmente en el occidente.
Incluso podríamos decir que ha sido una táctica relativamente exitosa
de la intervención imperial, desde la guerra de los contras en Nicaragua
hasta la de los ejércitos de islamistas en Libia y Siria. En tanto que
la gran potencia no participa directamente, las audiencias occidentales
encuentran bastante atractiva la idea de que ellos están ayudando a
otros pueblos a alzarse y ganar su ‘libertad’.
Hasta Noam Chomsky, autor de muchos libros sobre el imperialismo
norteamericano y la propaganda occidental, adopta muchas de las
apologéticas occidentales de la intervención en Siria. En una entrevista
de 2013, con un periódico de la oposición siria, afirmó que la
insurrección islamista apoyada desde el extranjero fue un ‘movimiento de
protesta’ reprimido el cual se vío obligado a militarizarse, y que los
Estados Unidos e Israel no tenía ningún interés en la caída del gobierno
sirio. Chomsky admitió estar ‘emocionado’ por el levantamiento de
Siria, pero rechazó la idea en la ‘responsabilidad de proteger’ y se
opuso a la intervención directa de la Casa Blanca, sin un mandato de la
ONU. No obstante, se unió a la causa de los que quieren ‘forzar’ al
gobierno sirio a renunciar, y argumenta que ‘nada puede justificar la
participación de Hezbolá’ en Siria, después de que este grupo trabajó
con el ejército sirio para cambiar el rumbo contra los yihadistas.
¿Cómo es que los anti-imperialistas occidentales llegan a
conclusiones similares a las de la Casa Blanca? En primer lugar está la
idea anarquista o ultra-izquierdista de oponerse a toda facultad del
estado. Esto lleva a los ataques contra el poder imperial, pero al mismo
tiempo a la indiferencia o a oponerse a estados independientes. Muchos
izquierdistas occidentales incluso expresan entusiasmo ante la idea de
derrocar a un estado independiente, a pesar de saber que las
alternativas, como en Libia, serán el sectarismo, la división amarga y
la destrucción de importantes instituciones nacionales.
En segundo lugar, la dependencia en las fuentes de los medios de
comunicación occidentales ha llevado a muchos a creer que las masacres
de civiles en Siria eran obra del gobierno sirio. Nada podría estar más
lejos de la verdad. Una lectura cuidadosa de la evidencia demostrará que
casi todas las masacres de civiles en Siria (Houla, Daraya, Aqrab, la
Universidad de Alepo, Ghouta Oriental) las realizaron por grupos
islamistas sectarios, y a veces se culpó falsamente al gobierno, en un
intento de atraer a mayor nivel la ‘intervención humanitaria’.
El tercer elemento que distorsiona las ideas anti-imperiales
occidentales es la naturaleza restringida y autorreferencial de las
discusiones. Los parámetros son vigilados por guardias corporativos, y a
la vez reforzados por amplias ilusiones occidentales de su propia
facultad civilizadora.
Un numero reducido de periodistas occidentales han informado de
manera suficientemente detallada a ilustrar el conflicto sirio, aún asi
sus perspectivas casi siempre están condicionada por esa narrativa
occidental. De hecho, la defensa más agresiva de la ‘intervención
humanitaria’ en los últimos años proviene de los medios de comunicación
liberales como el británico The Guardian y los ONGs como Avaaz, Amnistía
Internacional y Human Rights Watch. Los pocos periodistas que mantienen
una perspectiva independiente, por ejemplo la árabe-estadounidense
Sharmine Narwani, publican la mayor parte fuera de los canales de los
medios corporativos más conocidos.
La cultura imperialista condiciona también la industria de la ayuda
humanitaria. La presión ideológica no viene sólo de los bancos de
desarrollo, sino también de las ONGs, que mantienen un fuerte sentido de
misión, incluso un ‘Complejo de Salvador’, sobre sus relaciones con el
resto del mundo. Mientras que ‘la cooperación en desarrollo’ puede haber
una vez incluido ideas de compensación por el dominio colonial, o ayuda
durante la transición a la independencia, hoy se ha convertido en una
industria de $100 mil millones al año, con la toma de decisiones
firmemente en manos de los organismos financieros occidentales.
Aparte de la disfunción de muchos de los programas de ayuda, esta
industria sigue siendo profundamente antidemocrática, con poderosas
connotaciones coloniales. Sin embargo, muchos trabajadores humanitarios
occidentales realmente creen que pueden ‘salvar’ a los pueblos pobres
del mundo. Ese impacto cultural es profundo. Las agencias de ayuda no
sólo tratan de determinar la política económica, a menudo intervienen en
los procesos políticos e incluso constitucionales, lo que se hace en
nombre de la ‘buena gobernanza’, la lucha contra la corrupción o ‘un
fortalecimiento de la democracia’. Independientemente de los problemas
de las entidades locales, rara vez se admite que las agencias de ayuda
externa son entre todos los jugadores menos democráticos.
Por ejemplo, a comienzos de este siglo, mientras Timor Leste ganaba
su independencia, organismos de ayuda utilizaron su capacidad financiero
para prevenir el desarrollo de las instituciones públicas en la
agricultura y la seguridad alimentaria, y presionaron a este nuevo país a
crear partidos políticos competitivos, lejos de la idea original de una
gobierno de unidad nacional. En las crisis del 2006, Australia buscó al
ventaja dentro de la ‘comunidad donante’ y agravó la división política.
En medio de las disputas sobre límites marítimos y los recursos
petroleros, académicos y asesores australianos aprovecharon el momento
vulnerable para instar a que el partido principal de Timor Leste sea
‘reformado’, el ejército nacional sea abolido y que el país adopte el
inglés como el idoma nacional. Aunque las timorenses resistieron todas
las presiones, en ese momento parecía que muchos de los ‘amigos’
australianos imaginan que haber ‘heredado’ a ese pequeño país de los
gobernantes coloniales anteriores. Este puede ser el sentido peculiar de
la ‘solidaridad’ occidental.
Las culturas imperialistas han creado una gran variedad de lindos
pretextos para intervenir en las antiguas colonias y los países
reciéntemente independizados. Estos pretextos incluyen la protección de
los derechos de las mujeres, la garantía de un ‘buen gobernanza’ y hasta
la promoción de ‘revoluciones’. El nivel del doble discurso es
sustancial.
Esas intervenciones crean problemas para todos. Los pueblos
independientes tienen que aprender nuevas formas de resistencia.
Aquellos de buena voluntad en las culturas imperiales tal vez les
gustaría reflexionar en la necesidad de descolonizar la mentalidad
occidental.
Tal proceso, les sugiero, requeriría el examen de (a) los puntos de
vista históricamente diferentes de la nación-estado, (b) las importantes
y particulares funciones de los estados poscoloniales, (c) la
pertinencia e importancia del principio de la auto-determinación, (d) la
necesidad de pasar por alto los medios de comunicación,
sistemáticamente engañosos, y (e) el reto de enfrentarse a ilusiones
entrañables sobre la supuesta influencia civilizadora occidental. Todos
ellos parecen formar parte de una mentalidad neocolonial, y pueden
ayudar a explicar la extraordinaria ceguera occidental a los daños
causados por la intervención.
Referencias
Tim Anderson (2006) ‘Timor Leste: the Second Australian
Intervention’, Journal of Australian Political Economy, No 58, December,
pp.62-93
Tony Cartalucci (2012) ‘Amnesty International is US State Department propaganda’, Global research, 22 August, online:http://www.globalresearch.ca/amnesty-international-is-us-state-department-propaganda/32444
Ann Wright and Coleen Rowley (2012) ‘Ann Wright and Coleen Rowley’, Consortium News, June 18, online:https://consortiumnews.com/2012/06/18/amnestys-shilling-for-us-wars/
Noam Chomsky (2013) ‘Noam Chomsky: The Arab World And The
Supernatural Power of the United States’, Information Clearing House, 16
June, online:http://www.informationclearinghouse.info/article35527.htm
Bush Centre (2015) ‘Afghan Women’s Project’, George W, Bush Centre, online:http://www.bushcenter.org/womens-initiative/afghan-womens-project
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