Por Antoni Domènech · G. Buster · Daniel Raventós.
El
triunfo de Syriza es, por lo pronto, una gran victoria de la libertad,
de la democracia republicana, del sentido común económico y de la
dignidad nacional del pueblo griego. Un triunfo frente al miedo
esgrimido como único argumento por las amalgamadas fuerzas de
la sinrazón económica, el despotismo político corrupto, la prepotencia
neocolonial, la xenofobia recrecida y el extremismo antisocial más
descarado.
Y
es, enseguida, una gran esperanza para todos los pueblos de Europa,
muy particularmente de la Europa mediterránea. El cumplimiento mínimo
del programa electoral de Syriza exige una renegociación con las
autoridades de la UE –y con el BCE— de los términos de su "rescate". Lo
que –todo el mundo se percata— no puede sino poner en causa el núcleo
mismo de la locura austeritaria procíclica desplegada hasta ahora por
esas mismas autoridades y que ha puesto al conjunto de la Unión Europea
al borde de la desintegración. La emocionante alocución de Tsipras en
la noche de la victoria electoral ha sido un gran discurso de
afirmación de la dignidad nacional del pueblo griego, pero también de
enfática afirmación de la fraternidad internacionalista. Desde el
simbólico Propileo –el lugar de las grandes movilizaciones populares—,
ante un masivo público preso de una justificada euforia y rebosante de
banderas tricolores republicanas españolas, Bella Ciaos y
otros grandes símbolos de la izquierda antifascista internacional, y
muy consciente él mismo de las esperanzas que su gran victoria abre a
todos los pueblos de Europa, el ya primer ministro griego habló también
en calidad de jefe de toda la izquierda democrática continental. Hoy,
en efecto, se abre la posibilidad de una época económica y política
nueva en el continente.
La
victoria de Syriza viene a certificar también –o eso puede empezar a
aventurarse ya— una nueva época "ideológica". Para bien y para mal, una
nueva época de inclemente dictadura de los hechos objetivos, brutos y
desnudos, consiguiente al pinchazo de la enorme burbuja de fantasías
ideológicas, eufemismos y "significantes vacíos" de fieros domadores
académico-mediáticos de caracoles. En una especie de fuga hacia
adelante idealmente negadora de realidades tan palmarias como
desagradables, el ilusorio burbujeo de las
"modernidades líquidas", las "economías del conocimiento", las
"globalizaciones", los "populismos", los "neoliberalismos", las
"sociedades de la información", las "biopolíticas", los
"postmaterialismos", las "terceras vías", las metafísicas "potencias
constituyentes" o las "grandes moderaciones" fue hinchándose en las dos o
tres últimas décadas en paralelo al muy real burbujeo financiero del
realísimo capitalismo remundializado, contrarreformado, cleptocrático y
neorrentista de nuestro tiempo. Los apologéticos soñadores, a derecha e
izquierda, de la pesadilla de una nueva Belle Epoque decimonónica
"posmoderna" van despertando sobresaltados en medio de la terrible
realidad de unos nuevos años 30 del siglo XX: enormes bolsas de
pobreza, enorme desigualdad social, creciente polarización social,
ominosa destrucción salarial, crecimiento del racismo, la xenofobia,
los fundamentalismos religiosos y los pseudonacionalismos étnicos,
imperio de la geopolítica descarnada, y –pésimo augurio— patética
desorientación de las parlanchinas "elites" políticas e intelectuales
tradicionales (a las que les falta ahora hasta la vergüenza torera de
Ortega para admitir galanamente que "lo que pasa es que no sabemos lo
que pasa".)
Pinchadas,
una tras otra, todas las burbujas, lo que se adivina ahora en Europa
es esto: con la creciente polarización social inducida por el
hundimiento de la economía política que lo hizo posible y vividero,
asistimos al colosal hundimiento del sistema de partidos políticos que
expresaba políticamente las realidades sociales del capitalismo
reformado de posguerra. En el Sur como en el Norte europeos, está
seriamente amenazado aquel duopolio de dos grandes partidos de masas (Volksparteien)
que competían electoralmente por el "centro". Queda por ver en qué
parará ese terremoto del hasta hace poco considerado inamovible
duopolio de la representación política. Símbolo donde los haya de su
crisis irreversible: Grecia; ayer: nada menos que el actual presidente
de la Internacional Socialista, el hasta hace cuatro años todopoderoso
señor Papandreu, es ahora el inane capitoste de un grupúsculo
extraparlamentario.
Syriza
llega al gobierno en una coyuntura relativamente favorable. Cuando
resulta evidente para casi todo el mundo –tertulianos y gacetilleros
obnubilados aparte— el fracaso de las políticas económicas europeas de
consolidación fiscal. Muy pocos días después de que el presidente del
BCE, el señor Draghi, haya tenido que salir a la desesperada, a
destiempo y con la ridícula "pistolita de agua" de la flexibilización
cuantitativa, como ha dicho el gran economista Varoufakis –muy
probablemente la principal autoridad intelectual del próximo gobierno de
Tsipras—, a tratar de sofocar en solitario, y censurado por las
autoridades monetarias alemanas, el pavoroso incendio de la deflación
europea.
También
resulta ese triunfo muy oportuno en un país, cuyo combativo movimiento
obrero y popular, después de 30 huelgas generales –¡que se dice
pronto!— y de innumerables marchas y manifestaciones callejeras,
comenzaba a dar síntomas evidentes de cansancio y desmoralización. Hay
que esperar que el triunfo electoral de Syriza, un partido dotado de
gran capilaridad social y notable fuerza sindical organizada,
constituido –y madurado— él mismo por la compleja unión de más de una
decena de heteróclitos grupos, formaciones y partidos de izquierda,
centroizquierda y extrema izquierda, contribuirá también a revigorizar y
a dar un nuevo soplo de moral a los movimientos sociales griegos,
tanto en su acreditada vertiente de protesta y contestación, cuanto
–¡rasgo interesantísimo de la actual experiencia griega!— en su
vertiente de cotidiana defensa y afirmación autoorganizada del
bienestar y la economía política populares.
Pero
también es verdad que Syriza se dispone desde hoy a tomar las riendas
del país en pésimas condiciones para un gobierno de izquierdas
radicales e insumisas.
Tendrá
que hacer frente a un verdadero infierno social heredado de las
políticas económicas de la derecha y del PASOK, y empezar a paliar sus
efectos más terribles en todos los ámbitos desde el primer momento.
Y
también desde el primer momento, tendrá que hacer frente a unas
autoridades europeas que oscilarán entre el realismo económico más
elemental, que aconseja hacer borrón y cuenta nueva del Memorándum y
comenzar a renegociar la quita de la deuda griega –la amenaza de
expulsar a Grecia de la Eurozona es un farol de todo punto increíble—, y
el temor político a que las mínimas concesiones en esa negociación
generen un efecto de entusiasta contagio en todos los países deudores
de la periferia europea, y que el ejemplo de Syriza comience a
generalizarse, poniendo abrupto fin al económicamente suicida
federalismo fiscal autoritario de la actual Unión Europea y acelerando
la crisis de los sistemas políticos duopólicos dominantes.
Mención
aparte merece el que con toda probabilidad será el principal
negociador de Syriza en Francfort, Bruselas y Washington, el amigo y
colaborador de SP Yanis Varoufakis, un filomarxista postkeynesiano que
goza de gran y merecida reputación académica internacional –también
como experto en asuntos europeos— y que es probablemente una de las
cabezas política y económicamente más lúcidas de la izquierda mundial.
En los peores momentos de la República de Weimar, otro gran economista
marxista tuvo que enfrentarse a tareas de gobierno en circunstancias
que guardan sorprendentes analogías con la Grecia actual. En la era de
la hiperinflación desbocada (1923), fue, en efecto, el competentísimo
ministro de finanzas marxista Rudolf Hilferding quien, a diferencia del
liberal Schumpeter (ministro de finanzas en Viena), logró encarar el
problema y concebir con espectacular –y mal recordado— éxito la
brillante idea de yugular la espiral hiperinflacionaria alemana
introduciendo aquel "marco-renta" fiduciario que permitió luego la
renegociación de la deuda de Weimar con París, Londres y Wall Street.
Pero después del crash financiero mundial de 1929, en la siguiente
crisis seria (1932), que no fue de hiperinflación, sino todo lo
contrario, de deflación, Hilferding fracasó trágicamente. No llegó a
comprender el terrible significado de una espiral deflacionaria en la
vida económica. Guiado seguramente por prejuicios doctrinales
"marxistas" tradicionales, se opuso tenazmente, desde la dirección del
Partido Socialdemócrata alemán, al plan del
economista jefe de los sindicatos obreros alemanes, Woitinsky, de
revivir la agonizante economía alemana con un "programa de coyuntura"
consistente en inversiones públicas masivas y enérgicas políticas
sociales. Ese plan sindical in extremis –que contaba
incluso con el apoyo de una parte del Estado Mayor alemán— fue la
última oportunidad de que gozó la República de Weimar para evitar el
golpe de Estado de Hitler y Hindenburg en enero de 1933. El gran
Hilferding nunca más se recobró de esa aciaga responsabilidad. En lo
que hace al protokeynesiano Woitinsky, terminó sus días en el exilio
norteamericano como uno de los principales arquitectos del New Deal roosveltiano. Yanis Varoufakis, que no es precisamente un ideólogo doctrinario,
y que acaba de presentarse como un científico que discute y delibera
como científico, y no como un vulgar politicastro ergotizante,
tendrá ahora ante sí una tarea que es relevante también desde el punto
de vista de la historia de las ideas económicas: demostrar que un
filomarxista postkeynesiano puede enfrentarse con éxito a los demonios
de la deflación. Y tal vez el primer paso en esa tarea pase por
recordar a las autoridades alemanas –y a toda Europa— que la República
de Weimar no cayó por la hiperinflación de 1923, sino, precisamente, por
la espiral deflacionaria que no supo dominar en 1932-33.
En
cualquier caso, la victoria de Syriza trae consigo varias lecciones
sobre la forma de construir hegemonía social, política y espiritual en
los martirizados estados de la periferia deudora de la Unión Europea.
Sitúa, por lo pronto, con realismo el escenario del enfrentamiento
político entre las oligarquías cleptocráticas rentistas y las clases
trabajadoras y populares en todo el continente: no hay atajos en el
cambio de la correlación de fuerzas en la Unión Europea. Y muestra,
claro está, la viabilidad de una salida por la izquierda en esta
peligrosa crisis. Una salida que pasa por la reafirmación de la
soberanía y de la dignidad nacional de los distintos pueblos de Europa
en el marco de la fraternidad internacionalista: por construir un
proyecto democrático europeo capaz no solo de resistir, sino también de
negociar y de torcer el pulso a las instituciones de la Troika que
exigen inútiles sacrificios económicos, sociales y humanos en el altar
del "neoliberalismo". La izquierda griega necesitará desesperadamente,
más que nunca, que no se la deje sola. Que nos solidaricemos con ella en
todos y cada uno de los pasos de las difíciles negociaciones que
aguardan en los próximos meses en Francfort, en Bruselas y en
Washington. Que hagamos retroceder decisivamente a la derecha
neoliberal en cada uno de los estados miembros, empezando por el Reino
de España, alterando de la forma políticamente más efectiva la actual
relación de fuerzas: con gobiernos de izquierdas como el de Syriza. En
definitiva, la consigna y la responsabilidad de las izquierdas
europeas, su obligación internacionalista, es clara: construir una, dos,
tres, muchas Syrizas, capaces de abrir una nueva etapa política en
Europa.
Antoni Domènech es el Editor general de SinPermiso. Gustavo Búster y Daniel Raventós son miembros del Consejo de Redacción de SinPermiso.
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