Si se habla de Democracia, con referencia al vocablo griego δημοκρατία, se piensa en el establecimiento de una doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno o del predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado (según acepción expresada por la real Academia Española). Pero todos sabemos a ciencias ciertas que en la praxis, el comportamiento es un tanto diferente, más cuando cotejamos lo que se pregona con lo que se hace, en este mundo unipolar.
En cuestión de Democracia, el sistema capitalista es el primero en demandar igualdades (que no tiene) y libertad de expresión (aunque ataca con ferocidad a otros sistemas que prescriban caminos opuestos a los dictados unipolares y de dominio capitalista); pero también difunde sobre el derecho a tener oportunidades de prosperidad (dirigido para unos pocos).
Un ejemplo fehaciente de ser agredido por encaminarse en dirección diferente es Cuba, la cual ha sido un blanco donde toda la artillería del imperialismo ha enfocado sus falsas acusaciones sobre la aparente falta de democracia por parte del gobierno revolucionario de la Isla, desde su mismo triunfo en enero de 1959.
Las contradicciones del imperialismo en su pregonar hipócrita acerca de la Democracia, se pueden evidenciar en su propio sistema capitalista, donde los supuestos derechos humanos están sujetos al manejo del posible poder adquisitivo con el cual se pueda contar. Para una visión más acertada, veamos in situs los ejemplos más claros en comparación con la Cuba socialista.
El gobierno norteamericano exige a Cuba la celebración de elecciones libres; pero los períodos electorales en ese país (como en el resto de los países acogidos a este sistema social capitalista) están sometidos a campañas millonarias que van pagando los contribuyentes (en la gran mayoría el pueblo esperanzado en las promesas); aunque los más interesados son los grandes empresarios que buscan satisfacer sus necesidades futuras de prosperidad y favoritismo económicos por parte del venidero cabeza de gobierno.
Los escaños del gobierno (tanto por estados como el nacional) son ocupados en número correspondientemente con el poder económico del partido que representan y la simpatía alcanzada en sus campañas publicitarias. En Estados Unidos están de ejemplos los legendarios partidos Demócrata y Republicano, quienes ocupan prácticamente el firmamento político de gobernación, con la mera compañía de otros pequeños partidos y algunos independientes.
En cada ciclo electoral, las sumas millonarias que se gastan en el show no se destinan a sufragar las necesidades elementales del pueblo, sino a crear esperanzas que no se cumplen o algunas pocas se llevan a medias. La competencia por el poder gubernamental se muestra en la cara exposición de las campañas electorales con sus gastos elevados y falsas promesas.
El marketing de encuestas, el estudio y plan de proyección de imagen de los candidatos, la parafernalia propagandística de los candidatos y partidos y los forcejeos políticos para obtener resultados consumen millones de dólares y euros que pudieran ser destinados, con clara justicia, a programas sociales y al mejoramiento de vida de la población de dichos países, erradicando pobreza, insalubridad, inanición, etc.
¿Quiénes tienen el derecho a ser protagonistas de las campañas electorales en los países capitalistas? Aquellos candidatos que sean capaces de representar los intereses de los grandes capitales, siendo estos últimos los principales motores y patrocinadores del empuje del candidato. Aunque cubrir los intereses también conllevan, en muchas ocasiones, a tretas y traiciones políticas.
El pueblo no es quien dirige a voluntad, sino que es dirigido como ovejo, a través de campañas publicitarias, donde se les llena la cabeza con promesas de musarañas y así respondan a favor de los beneficios del capital. Al asiento presidencial o al de los vices no llegan los ciudadanos de “a-pie” y sin afiliación; sino los que tienen un pedestal económico que sustenta sus candidaturas partidistas.
Sólo por mencionar algunas cifras.
En el 2000, tanto el Comité Nacional Republicano, el Comité Demócrata Nacional y sus homólogos que colaboraron en la financiación del Senado y la Cámara de Representantes, alcanzaron una recaudación de los 904 millones de dólares. En el 2003, el Comité Republicano logró recaudar 100 millones más que sus oponentes Demócratas, quienes lograron un total de 299 millones.
En el período de elecciones 2008, donde Obama salió vencedor, se pueden constatar las elevadas cifras. Solamente en la campaña de julio, el demócrata gastó 55 millones de dólares (de los cuales las tres quintas partes fueron costos de medios publicitarios) y su oponente McCain con 32 millones.
Las cifras de recaudación estuvieron en su punto récord en octubre, donde el candidato por Ilinois, Barack Obama, anunció la cifra inigualable de 150 millones; la cual se logró cuando el ex-Secretario de Estado en la presidencia de George W. Bush (2001-2004), Collin Powell, endosó la candidatura del afro-estadounidense y lo describió como una “figura transformadora”.
Se atribuye que el equipo de Obama gastó cerca de 1 millón 200 mil dólares solamente en Carolina del Norte y en Virginia 2 millones 100 mil dólares. Sin embargo, McCain había puesto 148 mil en Carolina y 547 mil en el segundo estado.
España, Francia, Italia, Inglaterra, Alemania y otros tantos que se van sumando a la lista son una copia fiel del original imperial.
¿A dónde se dirige todo ese dinero? En mayor medida a los monopolios de comunicación y otro tanto como nómina salarial de los miembros de los equipos de cada candidato; pero ningún dólar dirigido a impulsar verdaderos cambios y mejoras destinadas a la sociedad. Siguen los problemas de sanidad y el inalcanzable seguro médico, la problemática con la falta de viviendas, la escasa asistencia social, el desempleo incrementándose a pasos agigantados y las crisis creadas por los ricos pagándola los pobres.
¿Entonces la voluntad de estos pueblos, como los de Estados Unidos, la vieja Europa y algunos de Latinoamérica, se traduce en añoranzas de promesas incumplidas y de la enajenación de muchos para satisfacer la ambición de pocos? ¿Se llama democracia el tener una participación del 47.9% promedio con electores con derecho al voto en las elecciones de Estados Unidos durante la participación nacional en elecciones federales desde 1960 al 2008 y donde, por consiguiente, prima el abstencionismo por inconformismo y/o enajenación. O en las elecciones presidenciales que muy a pesar de todo se alcanzó el 62.4% en el 2008?
En muchos países capitalistas las urnas son custodiadas por militares, pero donde muy a pesar del bajo nivel de asistencia, los votos se multiplican de forma fraudulenta hasta con los muertos y el chantaje toca a muchas puertas para forzar el triunfo de algún candidato.
Muy a pesar de la “Democracia” promulgada por el sistema electoral capitalista, tienen estipulado que los candidatos presidenciales se enfrenten en polémico programa televisivo, donde exponen sus teorías y programas presidenciales; pero también donde se atacan sacando sus trapos al aire: es lo que llaman como “libertad de expresión”, donde no se preserva la ética, y cualquier golpe bajo es factible para ganar votos. No es importante el valor humano, sino el poner al contrincante fuera de combate, en un margen publicitario deprimente bajo cualquier recurso.
Ahora, en referencia a Cuba, cuando se trata de elecciones, nunca se habla de gastos millonarios en propagandas hacia candidatos específicos, de subvención al Partido Comunista de Cuba (por ser el único), de favoritismos a mandatos basados en promesas incumplibles o del apoyo intencional a quienes son únicamente militantes del partido, discriminando al resto.
En la Isla, las elecciones nacen en la cuadra, con los vecinos del barrio, donde el pueblo analiza la actitud social de los propuestos y la disposición responsable de los mismos a la precandidatura. Aquí es el pueblo quien elige públicamente los más aptos, con participación directa y sin estar condicionada a cuestiones económicas o filiación política al partido. Lo único indispensable es la cuestión humana, la profesionalidad y la subordinación del candidato a representar los intereses de la sociedad en los diferentes niveles del gobierno.
Exceptuando los niveles profesionales del gobierno municipal, provincial o nacional, el resto es con carácter voluntario y sin retribución monetaria por su labor.
La Comisión Nacional Electoral de Cuba está formada por miembros de organizaciones de masas y los colegios electorales son custodiados por niños vestidos en sus uniformes escolares. La votación es directa y secreta, acudiendo cada ciudadano a voluntad a las votaciones.
Las biografías de los precandidatos a los diferentes niveles son mostradas con igualdad de condición, sin tenerse en cuenta si es o no miembro del Partido Comunista de Cuba o si goza de un estatus económico más favorable. No hay promesas de favorecer grandes capitales ni inclinación providencial hacia una clase social determinada. Los campesinos, los obreros, los intelectuales, los artistas, los trabajadores por cuenta propia, todos son iguales y con derecho a ser propuestos y elegidos.
Los medios de prensa están destinados a comentar la organización y a exaltar sólo la participación del pueblo y los valores humanos que deben tener los seleccionados. Y, más bien, se estimula el “Voto Unido” para no dejar precandidatos sin la posibilidad de formar parte de los niveles de gobierno; algo que no ocurre en el capitalismo.
Además, el nivel promedio de participación de la población cubana en los 12 procesos electorales realizados desde 1976 hasta el 2007, es del 97.4% del total de electores con derecho al voto. ¿Ha logrado algún país capitalista un nivel como el alcanzado por el proceso cubano, al menos con alguna cifra cercana? ¡Por supuesto que no! Lo demostrado con toda certeza es que en Cuba la participación popular es casi masiva, exponiendo el carácter verdaderamente democrático de su sistema socialista. En Cuba no es la “Democracia del Dinero” que prima en el capitalismo; sino que se reafirma la Democracia del Pueblo.
Sin embargo, como un cuadro de contraste, los diferentes gobiernos de Estados Unidos, en todo este período de Revolución cubana, junto a otros tantos gobiernos dóciles a sus mandatos, le han “solicitado” a Cuba un cambio hacia la “Democracia” que el capitalismo entiende justa (según sus intereses). Pero dicha “solicitud” ha estado plagada de trampas políticas, invasiones militares, infiltraciones de paramilitares reaccionarios por las costas de Cuba para crear grupos de oposición internos, de bombardeos de plagas bacteriológicas, uso de organizaciones contrarrevolucionarias para la ejecución de atentados, entrenamientos de mercenarios extranjeros para realizar actos vandálicos contra objetivos sociales y económicos, exaltaciones a la emigración ilegal y el secuestro de aeronaves y embarcaciones (conllevando al peligro de vidas humanas inocentes) y también de actos diplomáticos indignos. Sin olvidar que a esta lista se une la aplicación de un bloqueo económico genocida de carácter ilegal y extraterritorial y de todo el blindaje dispuesto en un gran monstruo logístico informativo que sabe cómo manipular la opinión pública con mentiras y tergiversaciones de la realidad cubana.
Toda esta política de agresión y subversión requiere de fondos que la sustente.
A través de la SINA (la Oficina de Intereses de los EUA anclada en La Habana) se mueven miles de dólares en efectivos dirigidos a la contrarrevolución interna; también se destinan diversos materiales como radio-emisores, portátiles, móviles y demás que sirvan para hacer el “periodismo independiente” y que vaya, precisamente, en sentido contrario al del gobierno revolucionario.
El Congreso de los Estados Unidos, por varios períodos presidenciales, ha estado aprobando cerca de 456 millones de dólares para financiar programas de desestabilización dentro de la Isla; de los cuales, cerca de 45 millones han sido destinados a empresas contratistas mercenarias. También una parte de ese presupuesto sustentaba Radio y TV Martí, emisora radial y televisiva dirigida hacia Cuba con sentido subversivo, aún en contra de la voluntad del gobierno de la Isla por violar el espacio radial del país. Hoy en día se ha constatado que no ha tenido resultado alguno y se tiene la muy posible valoración del cierre total de ambas.
En el período Obama-Clinton, el Senado aprobó solamente 20 millones de dólares para el sustento del eufemístico programa de “Asistencia a la Democracia en Cuba”. Presupuesto que representa un 4,39% de las cifras de años anteriores y que naturalmente trajo consigo el descontento de la Mafia Anticubana de Miami y el grito desesperado de reclamo de la mantenida disidencia interna.
Pero Cuba no ha sido la única, las transformaciones sociales que se están dando en los pueblos de América del Sur son un peligro para la coexistencia y estabilidad del sistema imperial capitalista. No basta ya con la creación de bases militares que permitan postergar su prepotencia; puesto que los pueblos se están despertando del letargo de subyugación al cual hasta ahora han estado sometidos y, por tanto, están luchando por trazar sus propios caminos como un derecho democrático que les asiste.
Venezuela, Bolivia, Nicaragua y demás países que se están sumando a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) son ejemplos que hay que destruir de igual manera que a la Revolución cubana. Para ello se crean mecanismos y empresas tapaderas que actúen en la dirección que facilite el trabajo de subversión y oposición. Para esto último el gobierno norteamericano a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) ha creado como cuerpos actorales en los diferentes escenarios del mundo a la NED (National Endowment for Democracy) y la USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) con sus filiales como la DAI (Development Alternative Inc.).
Lo más incongruente de la política “democrática” del imperio es que la gran mayoría de los contribuyentes norteamericanos no saben que su dinero va destinado a ser invertidos en campañas antidemocráticas promulgadas y apoyadas por el Pentágono. En el 2009, el presupuesto para la subversión en Nicaragua fue de 27 millones de dólares; para Ecuador fue de 35 millones; contra Evo Morales en Bolivia fue de 86 millones y para apoyar la derecha de Honduras fue de 43 millones. En el 2010, contra el gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua es de 38 millones de dólares; contra el gobierno de Correa en Ecuador es de 38 millones y contra Bolivia es de 101 millones de dólares.
Se debe decir que en el caso del Golpe de Estado en Honduras contra el presidente constitucional Manuel Zelaya, el cabildeo entre los golpistas y los representantes del gobierno norteamericano costó los 400 mil dólares por concepto de relaciones públicas. Gestiones que fueron propiciadas por los representantes republicanos Ileana Ros Lehtinen y Lincoln Díaz Balart y por el demócrata Bob Menéndez (tres cabecillas archiconocidos de la mafia anticubana de Miami).
Pero todo este billonario capital no es el único que se escapa de poder ser utilizado en auténticas obras sociales que conlleven el beneficio verdadero de los pueblos. También se deben sumar los presupuestos que sustentan las guerras impuestas en diferentes regiones del mundo. El presupuesto militar, aprobado en octubre del 2009, consta de un total de 626 mil millones de dólares, lo que no incluye los gastos aprobados para las guerras de Irak y Afganistán que consta de 400 mil millones.
¿Cuántos niños, mujeres, ancianos pudieran beneficiarse de estas sumas con la mejora del sistema sanitario de los Estados Unidos y así posibilitarles seguros médicos a todos sus ciudadanos? ¿Cuán rápido pudiera recuperarse Haití con parte de estas sumas? ¿Cuánto potencial se le pudiera aportar a la sociedad para erradicar el desempleo y subsanar la crisis económica mundial? ¿Cuánto se pudiera hacer para ayudar a reparar los daños cometidos sobre el ecosistema?
Pero la industria armamentista saca su gran tajada de las ansias que alimenta la ambición imperial por el dominio de los recursos naturales de nuestro planeta tierra. No importa la democracia si creando conflictos entre movimientos sociales y los pueblos, se conlleva a la división y al enfrentamiento que permita que unos pocos miles se hacen mucho más ricos y otros millones pasen muchas más penurias.
Sólo hay que preguntarse: ¿Desde cuándo la democracia se logra con el financiamiento de la subversión, la desestabilización de gobiernos constitucionales, el apoyo a los golpes de estado, la represión de los pueblos a través de las guerras, la creación de mentiras, el manejo de la opinión pública y la ejecución de acciones encubiertas?_ ¡Ah!, claro, es para imponer la “Democracia” capitalista.
El dinero gastado por el imperio y sus lacayos no es de interés que se use por la instauración de una democracia participativa de los pueblos en sus propios procesos sociales, de proponer y poner en marcha programas nacidos del propio pueblo y el beneficio del mismo; sino que el destino será crear fondos que permitan la permanencia de la condición de supremacía de la alta burguesía, de los dueños de los grandes capitales, del capitalismo.
Cuba, muy a pesar de las agresiones y del bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por los gobiernos de Estados Unidos y la acción servil de Europa con su Posición Común, ha logrado alcanzar mejores estándares en la sanidad, en la salud y en atenciones sociales que países del primer mundo no tienen. Y sigue firme por el camino de su socialismo. Pero dejarle el camino sin obstáculos y posibilitar al mundo conocer la verdad de Cuba, es que el sistema capitalista constate definitivamente la pérdida de credibilidad que ya evidencia, por la falasia que ha creado con tanta manipulación pública de la información.
Es una guerra despiadada de la Democracia del Dinero contra la Democracia de los Pueblos.
Como una vez ya dijo el compañero Fidel Castro, hace años: “Un mundo mejor es posible”; el cual nunca será bajo el dominio capitalista.
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