Fidel presentado en el Vivac Municipal de Santiago, el 1ro de agosto de 1953. Foto: Archivo Granma |
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Pensar en las acciones del 26 de Julio de 1953 en Santiago de Cuba y Bayamo, volver a vivir los hechos junto a Fidel y la Generación del Centenario es también, inevitablemente, volver a Martí. Fidel nos enseñó que gracias a la obra y la luz que nos legó el Maestro, se fraguaron las acciones del Moncada y con ellas, se encendió el motor pequeño que dio fuerzas al motor grande de la Revolución que nos ha traído hasta aquí.
La presencia de Martí en el líder histórico de la Revolución Cubana fue siempre permanente y enaltecía con orgullo y compromiso sin límites esa savia natural, esencia misma en la que se forjó su pensamiento y acción, para después transmitirlo en cada palabra, en cada gesto, en cada decisión colectiva, a este pueblo que junto a él construyó y construye una sociedad lo más justa y equitativa posible.
«En mi época de niño me enviaron para una ciudad, en el primer colegio adonde me llevaron interno, leía con asombro sobre el Diluvio Universal y el Arca de Noé, más adelante centré mi interés en Martí. A él le debo en realidad mis sentimientos patrióticos y el concepto profundo de que Patria es humanidad. La audacia, la belleza, el valor y la ética de su pensamiento me ayudaron a convertirme en lo que creo que soy: un revolucionario», narraría Fidel.
Imborrable sería también su denuncia en el alegato de autodefensa La Historia me Absolverá, al prohibírsele llegara a sus manos en la prisión, los libros del Maestro. Al respecto, diría: «(…) Parece que la censura de la prisión los consideró demasiado subversivos. ¿O será porque yo dije que Martí era el autor intelectual del 26 de Julio? Se impidió, además, que trajese a este juicio ninguna obra de consulta sobre cualquier otra materia. ¡No importa en absoluto! Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos».
En aquellas horas en que el joven abogado se convertiría de acusado en acusador, denunciando la furia sangrienta de los que torturaron, maltrataron, asesinaron a más de 60 de sus hermanos presos en el Moncada o en los días posteriores, Fidel alzó la voz de Martí para hacer más contundentes las denuncias y enseñarnos que hay que volver una y otra vez a la historia. «Hace falta tener una fe muy grande en su patria para proceder así, y estos recuerdos de idealismo me llevaron directamente al más amargo capítulo de esta defensa: el precio que les hizo pagar la tiranía por querer librar a Cuba de la opresión y la injusticia (…) Multiplicad por diez el crimen del 27 de noviembre de 1871 y tendréis los crímenes monstruosos y repugnantes del 26, 27, 28 y 29 de julio de 1953 en Oriente.
«Únicamente inspirados en tan elevados propósitos, es posible concebir el heroísmo de los que cayeron en Santiago de Cuba. Mis compañeros, además, no están ni olvidados ni muertos; viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados cómo surge de sus cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus ideas. Que hable por mí el Apóstol: “Hay un límite al llanto sobre las sepulturas de los muertos, y es el amor infinito a la patria y a la gloria que se jura sobre sus cuerpos, y que no teme ni se abata ni se debilita jamás; porque los cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra”», reafirmaría.
Luego de aquellas palabras estremecidas de dolor -nunca de vacilación- se alzaría nuevamente la voz del Maestro en la del joven abogado Fidel, y al describir la situación que vivía el pueblo cubano y el gran programa del Moncada erigido después en Programa de la Revolución, argumentaría: «Los que me llaman por esto soñador, les digo como Martí: “El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ése es [...] el único hombre práctico cuyo sueño de hoy será la ley de mañana, porque el que haya puesto los ojos en las entrañas universales y visto hervir los pueblos, llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber”».
Aquel autoalegato que tantos caminos fraguó a esta Patria patentizó también que solo una razón podía asistirnos desde entonces en la lucha que ya Martí había definido «con todos y para el bien de todos»:
«Somos cubanos, y ser cubano implica un deber, no cumplirlo es un crimen y es traición. Vivimos orgullosos de la historia de nuestra patria; la aprendimos en la escuela y hemos crecido oyendo hablar de libertad, de justicia y de derechos. Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires. Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí fueron los primeros nombres que se grabaron en nuestro cerebro; se nos enseñó que el Titán había dicho que la libertad no se mendiga, sino que se conquista con el filo del machete; se nos enseñó que para la educación de los ciudadanos en la patria libre, escribió el Apóstol en su libro La Edad de Oro: “Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. [...] En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz.
Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres.
Ésos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana...”».
Y como para que no quedara ningún tipo de duda, sobre todo en aquellos que con pretensión manipuladora achacaban a otros la autoría intelectual de los hechos del Moncada, Fidel inmortalizó aquella Generación del Centenario y a su guía: «Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!».
A 65 años de la mañana de la Santa Ana, Martí despierta cada día en este pueblo y en millones en el mundo que buscamos en él la luz para seguir en el camino, de la mejor forma que Fidel nos enseñó, viendo las luces del sol, más allá de sus manchas y defendiéndolas a cualquier precio, sin desistir, diciendo sí donde otros dicen no.
El Apóstol de la independencia cubana nos hace más falta que nunca, sigue siendo uno de los autores intelectuales y vívidos de esta Revolución cubanísima que es una sola y ya cumple 150 años.
Fuente: La Historia me absolverá (texto íntegro). Tomado de radiorebelde.cu, Te lo prometió Martí y Fidel te lo cumplió. Tomado de fidelcastro.cu
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