López Obrador y Beatriz Gutiérrez Müller. (EFE)
Por Gustavo de la Torre Morales
El 12 de octubre de 1492, en busca de rutas comerciales, accidentalmente,
llegaron las tres embarcaciones comandadas por Cristóbal Colón a las Américas;
una expedición por mandato de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y
Fernando II de Aragón. Poco después llegaron con la cruz y la espada. Con la
cruz justificaron la evangelización del crimen que cometieron con la espada…
con el látigo… con la tortura en el cepo.
El pasado 25 de marzo de 2019, desde Comalcalco, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, por
medio de un vídeo publicado por su cuenta de twitter, dio a conocer que
envío cartas al rey Felipe VI de España y el
Papa Francisco para exigirles una disculpa por los agravios cometidos contra los indígenas durante la llamada Conquista a
México, entre 1519 (cuando ocurrió la primera batalla entre los mayas
chontales y los españoles de Hernán Cortés) y 1521 (cuando ocurrió la conquista
de Tenochtilan). En este vídeo también expresó una realidad:
“Hubo matanzas, imposiciones, la llamada Conquista se hizo con la espada y
con la cruz”.
Por supuesto, la intención del presidente mejicano era dejar por sentado
que con la cruz santificaron el robo, el expolio, el latrocinio y la
colonización que llevaron a cabo con la espada.
La respuesta del gobierno de España era de esperarse. Por supuesto que no
iban a permitir que la alcurnia monárquica se “rebajara” a recibir el perdón de
México.
Y son comprensibles las razones expuestas por el actual gobierno español,
monárquico-parlamentario (pero monárquico), al expresar que "la llegada,
hace quinientos años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no
puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas" y
que "nuestros pueblos hermanos han sabido siempre leer nuestro pasado
compartido sin ira y con una perspectiva constructiva, como pueblos libres con
una herencia común y una proyección extraordinaria".
Viéndolo así, puede entenderse que no es necesario
pedir perdón por los crímenes y desmanes cometidos por generaciones monárquicas
anteriores, de cuyos errores no hay responsabilidad en el presente.
Pero
la realidad del hecho histórico que nos conecta en múltiples aspectos
culturales en la actualidad, tiene un trasfondo que el gobierno promonarquico
español olvida.
¿Si
no se sienten culpables hoy día de esos crímenes y latrocinio, por qué mentir
sobre esos crímenes del pasado, manipulando y tergiversando los hechos
históricos? ¿Por qué insultar la dignidad de los pueblos latinoamericanos con
la celebración del Día de la Hispanidad precisamente en la efeméride del
comienzo de ese horrendo crimen iniciado el 12 de octubre de 1492?
Es
desvergonzado seguir celebrando el inicio del expolio y la esclavitud, la
tortura, el asesinato y la explotación que sufrieron poblaciones autóctonas,
donde muchas de ellas fueron prácticamente exterminadas. Incluso, para mayor
crimen, arrancaron del África a millones de sus hijas e hijos, sin importar
edad, para llevarlos de esclavos a otras tierras.
El
Día de la "Hispanidad" no es un acto para celebrar "intercambio
cultural" alguno, sino que debería ser el Día contra la Colonización”, en
rechazo de cualquier acto de este tipo de actuaciones que siguen siendo de
prácticas por potencias capitalistas de la actualidad. Esa efeméride que se
quiere mostrar como “avance civilizatorio”, lo que realmente muestra es una oda
al salvajismo, la violencia, el latrocinio; es una humillación a la memoria de
quienes sufrieron el horror de la conquista europea.
El 30 de junio de 2013, en el encuentro de los Jefes de Estado y
dignatarios de la Unión Europea, el presidente de la República Plurinacional de
Bolivia, Evo Morales, leyó en primera persona, el escrito de Luis Britto García
titulado “Guaicaipuro Cuatemoc cobra la deuda a Europa”, el
cual con un lenguaje sencillo, comentó sobre la deuda histórica que Europa
tiene con el continente de América del Sur.
Pero
¿Por qué le cuesta a la monarquía actual del Reino de España pedir perdón en
nombre de sus antepasados, en gesto de “pueblo hermano que sabe leer el pasado
sin ira y sin culpa”?
El
rechazo tiene su lógica. Aún persiste esa postura de ínfulas elitista,
colonizadora y de conquista; porque de no ser así es incomprensible que tanto
la monarquía de Juan Carlos I como de Felipe VI, como los gobiernos que ha
tenido España mantengan una política agresiva, injerencista y de carácter
imperialista con los gobiernos progresistas y revolucionarios de América (No
esa América yanqui del norte, porque con ella España se ha aliado para agredir
a la que ha sido conquistada por europeos y agredida e invadida por EE.UU.).
Son
muchos los perdones que España debería pedir tanto a México como al resto de
pueblos latinoamericanos, tanto por barbaries del pasado como del presente.
Ni
la monarquía ni los gobiernos de España condenaron las dictaduras
latinoamericanas apoyadas, sustentadas y asesoradas por EEUU, sino que
aprovecharon para invertir en Latinoamérica, enriqueciéndose las empresas
españolas bajo condiciones beneficiosas y sin retribuir a ese continente el
correspondiente pago.
¿Si
el gobierno y la monarquía de España realmente tienen una posición de “pueblo
hermano” y no de cómplice metrópolis colonizadora, es incomprensible que acepte
y apoye la política de agresiones del gobierno de EEUU contra la República
Bolivariana de Venezuela?
El
acto generoso, humilde, justo y verdaderamente amistoso es el de condena esa
barbarie del pasado y velar porque nunca se repita en el presente y futuro; es
el verdadero deseo de comportarse como pueblo hermano y no volverse cómplice de
la nueva colonización que intenta imponer el gobierno de Estados Unidos para
convertir, por medio de la Doctrina Monroe, a los pueblos latinoamericanos en
su patio trasero.
El
pedir perdón por tantos crímenes del pasado y el presente no es humillarse,
sino dignificarse.
Si lo que se desea es celebrar la riqueza cultural hispana que se ha
fusionado en el tronco del tejido de la hoy América Latina, hay muchas otras
fechas para escoger; y no un 12 de octubre que recuerda un choque colonizador y
comienzo de la barbarie hispana, porque el crimen no se celebra.
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