Por Atilio A. Borón
El
 Estado Islámico ha producido una lamentable innovación en la forma de 
la muy larga historia del terrorismo. Las ejecuciones ejemplarizadoras 
de antaño, cuyos testigos directos eran unos pocos,  ahora son 
transmitidas por internet tiempo real y su horrendo impacto llega a los 
cuatro rincones del planeta. Pero este cambio no oculta el primitivismo 
del método, la decapitación, utilizado por las más distintas culturas 
desde tiempos inmemoriales. La opinión pública mundial se estremece y 
escandaliza ante esta nueva muestra de barbarie, reforzando la 
satanización del Islam y, por contraposición, exaltando los valores 
humanistas de la (muy) mal llamada “civilización occidental y 
cristiana”, esa misma que asistió indiferente ante los hornos 
crematorios de Hitler, para poner apenas uno de los tantos ejemplos a 
los que podría apelarse en esta materia. Tampoco se estremeció ante el 
terrorismo de estado que Israel perpetró con calculado salvajismo hace 
apenas unas pocas semanas en Gaza, correctamente caracterizada como la 
cárcel a cielo abierto más grande del mundo. Tal vez porque sus víctimas
 eran palestinos, o árabes, y por lo tanto sus vidas no valían tanto 
como la de los periodistas norteamericanos o el rehén británico 
recientemente ejecutado; o porque el bombardeo indiscriminado de civiles
 ya ha sido naturalizado y como dicen un gran estudioso norteamericano 
de estos temas, Chalmers Johnson, estamos inundados de eufemismos que 
ocultan los crímenes con palabras tales como “daños colaterales”, o 
“cambio de régimen” para no hablar de subversión, de “contratistas” para
 no  decir que son mercenarios, o de “embargo” para no hablar de 
bloqueo. [1]
Pero
 hace poco tiempo apareció una nueva forma de terrorismo, más sutil que 
la de la daga y la cimitarra pero cuyas víctimas se cuentan por 
millones: el terrorismo financiero. Su principal cultor y exponente no 
es el repugnante verdugo islámico vestido de negro sino un 
afrodescendiente de suaves modales, galardonado en el año 2009 con un 
insólito Premio Nobel de la Paz y que ocupa la presidencia de los 
Estados Unidos. Resulta que este sujeto ha lanzado una furiosa ofensiva 
para lograr el “cambio de régimen” en Cuba, es decir, para subvertir el 
orden constitucional y social de la Isla reemplazando al gobierno de la 
revolución por un protectorado norteamericano que cierre el paréntesis 
(según la derecha imperial) abierto el 1º de Enero de 1959. Para el 
logro de tan innoble finalidad a ahora apela al terrorismo financiero, 
empequeñeciendo en este terreno lo hecho por su indigno predecesor, 
George W. Bush. No sólo ha mantenido el ilegal, inmoral y criminal 
bloqueo en contra de Cuba, caso único por su duración e intensidad en la
 historia universal, sino que en los últimos meses ha redoblado su 
patológica agresividad al imponer durísimas sanciones a bancos de 
terceros países por el imperdonable pecado de participar en 
negociaciones o transacciones comerciales originadas en, o destinadas a,
 la isla caribeña. El objetivo terrorista de este empeño es infringir un
 brutal castigo a toda una colectividad, la sociedad cubana, para que se
 arrodille ante sus verdugos. No hay aquí daga ni cimitarra, pero el 
objetivo es el mismo y las víctimas, muchas de ellas mortales, de este 
nuevo terrorismo, se pueden medir por centenares, o miles, según el 
caso. Ratificando en los hechos que Estados Unidos es un imperio, y que 
sus leyes, como las de su antecesor romano, se aplican en todo el mundo,
 ha hecho de la extraterritorialidad de su legislación un poderoso 
instrumento de dominación. Aplicando las leyes Torricelli y la 
Helms-Burton, Washington dispuso recientemente sancionar al banco BNP 
Paribas con una multa de 8.834 millones de dólares por su intervención 
en distintas transacciones realizadas por los  gobiernos de Cuba, Sudán e
 Irán,  caracterizados como “enemigos” e incluidos en la lista de países
 que promueven, amparan o protegen al “terrorismo”.[2]         
A raíz de esta descomunal sanción –sin precedentes por su monto- el banco canceló todas sus operaciones con organismos y entidades cubanas, ejemplo que fue velozmente imitado por numerosas instituciones bancarias de todo el mundo aterrorizadas también ellas ante esta nueva muestra de prepotencia imperial, ilegal hasta el tuétano, pero que Obama ejerce con una impunidad que supera con creces aquella de la que hace gala el verdugo jihadista. Según un informe dado a conocer recientemente por al MINREX cubano, en el período comprendido entre enero del 2009 y el 2 de junio del 2014, es decir, con anterioridad a la megamulta en contra del BNP Paribas, el Nobel norteamericano aplicó sanciones a 36 entidades de Estados Unidos y del resto del mundo por un valor de casi 2.600 millones de dólares por el “delito de relacionarse con Cuba y otros países”. Semejante acto de terrorismo financiero se fundamenta en las citadas leyes, la última de las cuales fue concebida por dos trogloditas sobrevivientes del Paleolítico inferior: el senador republicano ultraconservador de Carolina del Norte, Jesse Helms, un fascista homofóbico de marca mayor de la nueva derecha evangélica norteamericana, y el representante republicano por Indiana, Dan Burton, adscripto al Tea Party, amante de las armas de fuego y acérrimo opositor a la vacunación obligatoria establecida por la legislación federal porque, según este eminente tribuno, “producen autismo” en niños y jóvenes. Va de suyo que entre tantas aberraciones estos dos cavernícolas -que ya han se han sumergido en las inmundas cloacas de la historia de la reacción mundial- se caracterizaban también por su ardoroso anticomunismo, que los llevó a redactar la ley que lleva sus nombres. Esa pieza legislativa se denomina “Ley de la Libertad Cubana y Solidaridad Democrática”, un eufemismo más de los tantos denunciados por Johnson. Su verdadero nombre debería ser “Ley para destruir a la Revolución Cubana, apelando a cualquier recurso.”
A raíz de esta descomunal sanción –sin precedentes por su monto- el banco canceló todas sus operaciones con organismos y entidades cubanas, ejemplo que fue velozmente imitado por numerosas instituciones bancarias de todo el mundo aterrorizadas también ellas ante esta nueva muestra de prepotencia imperial, ilegal hasta el tuétano, pero que Obama ejerce con una impunidad que supera con creces aquella de la que hace gala el verdugo jihadista. Según un informe dado a conocer recientemente por al MINREX cubano, en el período comprendido entre enero del 2009 y el 2 de junio del 2014, es decir, con anterioridad a la megamulta en contra del BNP Paribas, el Nobel norteamericano aplicó sanciones a 36 entidades de Estados Unidos y del resto del mundo por un valor de casi 2.600 millones de dólares por el “delito de relacionarse con Cuba y otros países”. Semejante acto de terrorismo financiero se fundamenta en las citadas leyes, la última de las cuales fue concebida por dos trogloditas sobrevivientes del Paleolítico inferior: el senador republicano ultraconservador de Carolina del Norte, Jesse Helms, un fascista homofóbico de marca mayor de la nueva derecha evangélica norteamericana, y el representante republicano por Indiana, Dan Burton, adscripto al Tea Party, amante de las armas de fuego y acérrimo opositor a la vacunación obligatoria establecida por la legislación federal porque, según este eminente tribuno, “producen autismo” en niños y jóvenes. Va de suyo que entre tantas aberraciones estos dos cavernícolas -que ya han se han sumergido en las inmundas cloacas de la historia de la reacción mundial- se caracterizaban también por su ardoroso anticomunismo, que los llevó a redactar la ley que lleva sus nombres. Esa pieza legislativa se denomina “Ley de la Libertad Cubana y Solidaridad Democrática”, un eufemismo más de los tantos denunciados por Johnson. Su verdadero nombre debería ser “Ley para destruir a la Revolución Cubana, apelando a cualquier recurso.”
Ahora
 bien, el terrorismo financiero de Obama tiene eficacia, en el caso que 
nos preocupa, por la cobardía de los gobiernos que consienten la 
extraterritorialidad de la legislación estadounidense. Si naciones 
pequeñas y débiles no tienen otra opción que resignarse ante la 
prepotencia imperial no ocurre lo mismo con Francia, cuyo presidente 
François Hollande demostró no sólo que de socialista no le queda ni el 
nombre sino también que carece de las más elementales agallas políticas 
requeridas ya no para ser presidente de ese país sino para ser un 
humilde alcalde de cualquier ciudad del Tercer Mundo. Se arrastró para 
suplicarle al Nobel de la Paz 2009 que intercediera por el banco 
francés, a lo que Obama respondió que se trataba de un asunto 
exclusivamente jurídico y que nada podía hacer al respecto. La misma 
respuesta en relación a la ofensiva de los “fondos buitre” sobre la 
economía argentina. Estados Unidos crea una norma legal, que es política
 hasta la médula, y luego la aplica a rajatabla escudándose en la 
supuesta rectitud  jurídica y el carácter “apolítico” de la misma. Si 
Hollande hubiera poseído la milésima parte de la valentía que exhibieron
 sus compatriotas en la Comuna de París (o, en un ejemplo más cercano, 
Charles de Gaulle) le habría dicho a Obama que la legislación que 
apruebe el Congreso de los Estados Unidos le tiene sin cuidado y que no 
tiene vigencia en Francia, así como las leyes que apruebe la Asamblea 
Nacional de su país no la tienen en Estados Unidos. Pero la 
descomposición moral del socialismo francés ya es irremediable. Lo 
prueba también la actitud de su Ministro de Finanzas , Michel Sapin, 
quien dijo que la medida aplicada por Washington era “desproporcionada” 
 –no que era ilegal, inmoral e ilegítima, sino sólo “desproporcionada”- y
 que confiaba en que el BNP Paribas podría “financiar su actividad 
económica de manera satisfactoria” seguramente enterado de que la multa 
en cuestión representa alrededor del 80 por ciento de las ganancias del 
banco durante el año 2013. Pero, ¿qué queda del “grandeur de la France”
 después de este papelón? Napoleón y de Gaulle se revolverían en sus 
tumbas si supieran de este descenso de su amado país a la condición de 
una indigna colonia yankee, lo que hizo que el banco se
 declarase culpable de los dos cargos criminales por los cuales fue 
acusado por las autoridades norteamericanas: la falsificación de 
informes financieros y conspirar contra los Estados Unidos. No sólo eso:
 abandonado por su propio gobierno el BNP Paribas admitió también la 
prohibición impuesta por la justicia norteamericana de efectuar ciertas 
transacciones en dólares durante un año, a partir del 1º de enero del 
2015 y, por último, la orden de despedir a 13 empleados del banco por su
 intervención durante las diversas transacciones objeto de la 
penalización.  En otras palabras: el inquilino de la Casa Blanca tiene 
el poder para cometer todas estas tropelías que violan desde la A hasta 
la Z de la legalidad internacional y luego se declara impotente para 
conceder el indulto que haría justicia a los tres luchadores 
antiterroristas cubanos que continúan presos en las mazmorras 
imperiales. ¿Omnipotencia para un lado, como para llegar hasta el 
extremo de exigir que una institución bancaria del extranjero despida a 
13 empleados, e impotencia para el otro, a la hora de conceder un más 
que merecido indulto a tres inocentes que llevan 16 años en prisión?
Conclusión:
 estamos en presencia de una nueva forma de terrorismo, tanto o más 
letal que la primitiva y con un alcance muchísimo mayor. Un terrorismo 
que responde a las recomendaciones de teóricos y estrategas imperiales 
como Joseph Nye Jr. cuando aconseja a Washington navegar en las 
turbulentas aguas del sistema internacional  haciendo uso de una 
adecuada combinación del “poder duro” de los militares con el “poder 
blando” de la industria cultural y la ideología.[3]  La síntesis de ambos sería el “poder 
inteligente”, más eficaz que aquel que sólo se apoya en la elocuencia de
 las armas. El acoso financiero sería, según esta corriente de 
pensamiento, una expresión de ese “poder inteligente” que somete y 
oprime apelando a recursos distintos a los convencionales pero, decimos 
nosotros, igualmente terroríficos. Sólo que los crímenes del terrorismo 
financiero no son exhibidos como tales por el inmenso aparato mediático 
de la derecha mundial sino que se lo hace aparecer como una cuestión de 
técnica jurídica,  de respeto a los contratos y a la ley, aunque se 
trate de la ley de un estado imperial que con prepotencia la impone 
sobre el resto del planeta. Un terrorismo disimulado pero letal que, a 
diferencia del caso del verdugo jihadista,  no ofende -¡por ahora, como 
dijera el Comandante Hugo Chávez!- a la conciencia universal de nuestro 
tiempo. Pero que más pronto que tarde será repudiado por la gran mayoría
 de los países que componen este atribulado planeta. De esto que a nadie
 le quepa la menor duda.   
[1] Ver su excelente Dismantling the Empire. America’s last best hope (New York: Metropolitan Books, 2010), pp. 99-103.
[2] Una
 crónica sobre esto se encuentra en “¿Qué hizo BNP Paribas para 
enfrentar una multa récord de Estados Unidos?”,  un cable de la BBC que 
puede leerse en: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/07/140630_economia_eeuu_multa_bnp_parisbas_ng.shtml
[3] Cf. The future of power (New York: Public Affairs Book, 2011) y su obra previa, Soft Power: The means to success in world politics (New York: Public Affairs Book, 2004).

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