Por Armando Hart Dávalos.
Iniciamos hoy un espacio de reflexión y 
debate permanente para el que hemos escogido el nombre de El Misterio de
 Cuba. Mensualmente aquí en el Centro de Estudios Martianos abordaremos 
un tema relacionado con ese momento de filosofía que nos ha pedido 
Fidel. Y para inaugurarlo escogimos un trabajo redactado por mí hace ya 
algún tiempo que tiene por título precisamente El Misterio de Cuba y que
 define el alcance y los objetivos que perseguimos al crear este 
espacio.
José Lezama Lima desde su sensibilidad 
cristiana y teológica dijo que José Martí es un misterio que nos 
acompaña. Julio Antonio Mella, desde su formación científica y marxista 
afirmó la necesidad de estudiar el misterio del programa 
ultrademocrático de José Martí. Dijo textualmente:
Consiste, en el caso de Martí y de la 
Revolución, tomados únicamente como ejemplos, en ver el interés 
económico- social que “creó” al Apóstol, sus poemas de rebeldía, su 
acción continental y revolucionaria: estudiar el juego fatal de las 
fuerzas históricas, el rompimiento de un antiguo equilibrio de fuerzas 
sociales, desentrañar el misterio del programa ultrademocrático del 
Partido Revolucionario, el milagro —así parece hoy— de la cooperación 
estrecha entre el elemento proletario de los talleres de la Florida y la
 burguesía nacional; la razón de la existencia de anarquistas y 
socialistas en las filas del Partido Revolucionario.
El misterio de Martí que ambas 
personalidades señalan es también el Misterio de Cuba. Ese misterio esta
 presente desde la forja de la nación cubana y en los colosales 
obstáculos que nuestra patria ha debido enfrentar y vencer a costa de 
enormes sacrificios para alcanzar el aprecio y la simpatía que hoy el 
país tiene en el ámbito internacional.
Habría que comenzar señalando que en 
Cuba tenemos una fuerte raíz de conocimientos políticos. Así lo observó 
el Barón Alejandro de Humboldt desde principios de la centuria 
decimonónica. Tan célebre viajero apreció la vocación universal que 
comenzaba a desarrollarse en las primeras décadas del siglo XIX, en los 
gérmenes del ideario cultural cubano. Por ello, dijo: “Los habaneros han
 sido los primeros entre las ricas colonias españolas que han viajado a 
España, Francia e Italia. En ninguna parte se ha sabido mejor que en La 
Habana la política de Europa y los resortes que se ponen en movimiento 
para sostener o derribar un ministerio”. Y agregó: “Este conocimiento de
 los sucesos y la previsión han servido eficazmente, a los habitantes de
 la isla de Cuba, para liberarse de las trabas que tienen las mejoras de
 la producción colonial”.
Si esto afirmaba Humboldt, a principios 
del siglo XIX, en su viaje a América, podría calcularse lo que en el 
transcurso de dos siglos, cargados de hechos e ideas trascendentes, 
evolucionaría este vínculo entre cultura y política en nuestro país. 
Veamos ahora lo que dijo sobre la cultura cubana, desde posiciones 
reaccionarias, a fines de ese propio siglo, el erudito español Marcelino
 Menéndez y Pelayo: “Cuba, en poco más de ochenta años, ha producido, a 
la sombra de la bandera de la madre patria, una literatura igual, cuando
 menos, en cantidad y calidad, a la de cualquiera de los grandes estados
 americanos independientes, y una cultura científica y filosófica que 
todavía no ha amanecido en muchos de ellos”. Lo que no podía considerar 
este erudito de pensamiento conservador era que eso no se logró a la 
sombra de la madre patria, sino luchando contra el poder colonial. 
Téngase en cuenta que en Cuba el combate por la independencia se 
desarrolló durante 80 años posteriores al resto de los países de nuestra
 América.
En la década de 1830, el poeta José 
María Heredia respondiendo a un señalamiento del presidente 
norteamericano John Quincy Adams de que Cuba no podía ser independiente 
porque un poder europeo se apoderaría del país, afirmó que si eso 
ocurriera se produciría un colapso en toda la civilización occidental. 
Ya saben ustedes que las tesis martianas sobre el equilibrio del mundo y
 el papel de Cuba en relación con las pretensiones hegemónicas de 
Estados Unidos es un elemento clave en el pensamiento del Apóstol. Saben
 también que fue precisamente en nuestro país donde se produjo, con la 
intervención norteamericana en nuestra guerra, el acta de nacimiento del
 imperialismo yanqui. Esto lo afirmó el propio Lenin.
En 1962, Cuba fue escenario de la crisis
 de octubre, o crisis de los cohetes, la situación potencialmente más 
peligrosa para toda la humanidad en el período de la guerra fría. 
Comentando este hecho con Gabriel García Márquez, este me dijo: 
realmente de toda la historia universal.
La Revolución de Martí, triunfadora el 
1ro. de Enero de 1959, y la lucha victoriosa de nuestro pueblo, permiten
 hoy comprender mejor estos fenómenos. No hubiera sido posible apreciar 
esta cuestión, en toda su profundidad, sin las luchas de nuestro 
proletariado, de los campesinos y estudiantes cubanos. No se hubiera 
entendido sin las batallas libradas por el propio Mella, Martínez 
Villena, Guiteras, Menéndez; por los combatientes del Moncada, de la 
Sierra, de la clandestinidad y de Girón. La razón de estos hechos hay 
que encontrarla en la estrecha relación entre las luchas por la 
independencia y por la justicia social.
La evolución económica de Cuba y las 
luchas políticas y sociales derivadas de ella se caracterizaron por una 
composición social en la cual predominaron las capas y sectores 
explotados. Ello generó una síntesis cultural de profunda raíz popular, 
de sólidos fundamentos políticos para las reivindicaciones de la 
población trabajadora y por consiguiente para las aspiraciones de 
justicia social. Se gestó un proceso de independencia nacional, 
latinoamericanista y antiimperialista de vocación universal. En otras 
palabras, se fraguó una cultura de resistencia y de liberación nacional y
 social.
Más de 150 años marcados por hechos y 
hombres con su carga de heroísmo, sacrificio y enseñanzas forjaron la 
nación cubana. Este país creció y se fortaleció en la lucha por la 
utopía universal del hombre. Conciencia de nación arraigada en un 
patriotismo inclaudicable; amor sin límite a la libertad, fortalecido 
más tarde en el combate y en la guerra; sed de conocimientos y cultura, 
afirmados en una nítida visión universal, comenzaron a gestarse en el 
alma cubana desde finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Desde entonces, los cubanos tenemos el 
corazón puesto en la patria Cuba, en la patria América y en la patria 
Humanidad, como clave para entender la magnitud y agudeza de las enormes
 contradicciones, que hemos debido enfrentar. Fuerzas económicas 
hostiles a nuestro país, se han expresado en corrientes políticas, sociales y 
culturales. El extraordinario poderío económico del colonialismo español
 primero y del imperialismo yanqui después, tenía como último recurso 
para mantener su predominio, el aparato de violencia representado por 
los ejércitos profesionales de las metrópolis y el de la oligarquía 
cubana. La nación emergió en lucha contra estos importantes poderes. Los
 sectores dominantes de ambos países impidieron que surgiera un 
capitalismo independiente portador de un ideal patriótico nacional. Los 
enormes obstáculos que Cuba encontró en su camino hacia un desarrollo 
libre de injerencias extranjeras, exigieron desde la época de la 
colonia, una gran firmeza en defensa de la independencia nacional.
Las reformas puestas en práctica por el 
colonialismo español desde las últimas décadas del siglo XVIII y 
principios del XIX, que identificamos con Francisco de Arango y Parreño,
 estaban atrapadas en la contradicción de facilitar el tráfico de 
negros. Este es un hecho de suma importancia para valorar las razones 
que impidieron, a principios del siglo XIX, el éxito del ideal 
separatista primero y al condicionar después una estratificación social 
que determinó la radicalización del movimiento independentista.
En 1868 el detonador de la guerra 
revolucionaria surgió en las capas cultivadas procedentes de la clase 
terrateniente criolla, especialmente del oriente del país, más afectadas
 por el proteccionismo de la metrópoli.
En La Demajagua y Guáimaro, el ideal 
democrático que había llegado por vías culturales se articuló con la 
abolición de la esclavitud, dándole desde entonces un carácter 
eminentemente social al ideario nacional cubano. A partir del revés del 
Zanjón, este proceso iba a adquirir un contenido aún más radical con la 
Protesta de Baraguá.
Luego Martí, la Tregua Fecunda, el 
Partido Revolucionario Cubano, Baire y la reconstrucción del Ejército 
Libertador marcaron para siempre con el sello de los intereses de las 
masas explotadas la identidad nacional cubana. Un carácter 
singular de la Revolución nacida el 10 de Octubre de 1868, se encuentra 
en la síntesis lograda entre política, ética y cultura.
Prolongadas y cruentas batallas forjaron
 sentimientos que sirvieron de catalizador a la primera y más importante
 manifestación de solidaridad: la identificación entre blancos, negros, 
criollos y emigrantes en general como componentes de la nación, fue 
punto de arranque para la unidad del país.
Las razones de los temores de Maceo y la
 angustia de Martí, se vieron confirmadas dramáticamente en la realidad.
 El país que hizo la revolución en 1895 resultó desviado de su 
desarrollo, limitado en su libertad y cercenado en su soberanía. La 
Enmienda Platt y la entrega de nuestras riquezas a la voracidad del 
impetuoso capitalismo yanqui, fueron el resultado de aquel encuentro 
entre nuestro movimiento de liberación y el desarrollo expansionista 
norteamericano. Bajo esas condiciones nació un burgués improvisado y 
postizo, consecuencia de una economía de carácter parasitario concebida 
para la explotación de la nación, en favor de potencias extranjeras.
Tres hechos imposibilitaron que emergiera en Cuba una burguesía portadora del ideal nacional:
1. La monarquía española, debido a su 
rancia política, que no se había liberado de la ideología más atrasada 
del medioevo, no pudo entender a los reformistas cubanos, quienes 
hipotéticamente hubieran podido generar el núcleo portador de una 
cultura burguesa nacional.
2. Los sectores burgueses menos comprometidos con los intereses españoles, menos dependientes de ellos y más ahogados económicamente, aislados e instalados sobre todo en la región oriental, optaron a partir de 1868, por la solución radical de la contradicción social engendrada por la colonia y la esclavitud. Los más avanzados, en tanto herederos de la tradición abolicionista e independentista de Varela, hicieron causa común con las masas oprimidas, durante un largo proceso que incluyó 30 años de guerras de liberación.
3. La intervención militar y política de los Estados Unidos, y el posterior apoderamiento de Cuba por esa emergente potencia mundial, impidieron para siempre la posibilidad de que con la independencia naciera y se desarrollara una burguesía capaz de expresar el auténtico ideal cubano.
En las décadas de 1920 y 1930, Julio Antonio Mella y las corrientes antiimperialistas, revolucionarias y socialistas de entonces, rescataron del olvido a que habían sido sometidas y exaltaron las enseñanzas de José Martí y la aspiración patriótica del siglo XIX, tras la intervención imperialista norteamericana. El pensamiento político independentista se articuló con el de las generaciones más jóvenes y le abrieron camino a las ideas socialistas.
En fin, Cuba está de nuevo situada en el vórtice los grandes acontecimientos internacionales. ¿A qué se debe esto?
En primer lugar —como hemos dicho— a 
factores económico sociales, y a que éstos se articularon con la más 
alta cultura universal. En el siglo XVIII recibimos la influencia de la 
cultura filosófica, política y social más alta de Europa, es decir, la 
de los enciclopedistas y la Ilustración, pero la reorientamos, la 
recreamos y la pusimos en planos bien diferentes a las del viejo 
continente. En el siglo XX hicimos algo parecido con el pensamiento 
socialista del XIX: lo reelaboramos y lo colocamos en función de los 
intereses del mundo entero, y esto lo pudimos hacer porque en nuestro 
país se articuló todo ese inmenso saber con una ética superior sobre la 
base de una composición social y de clase sobre lo cual es necesario 
también reflexionar.
El altísimo desarrollo científico y 
técnico y la expansión industrial del siglo XIX condicionó los procesos 
de aquella centuria lo que unido a la situación geográfica y económica, 
su insularidad y su dependencia del comercio exterior, condicionaron la 
singularidad cubana.
Un problema universal, el sistema 
esclavista y colonial, estuvo planteado en el “crucero del mundo”, donde
 las ambiciones de las poderosas potencias del orbe se hallaban en 
acecho con la intención de apoderarse de Cuba, la Llave de las Antillas.
Cuba se había convertido en un elemento 
de importancia singular en el entrecruzamiento de los poderes de 
occidente. Esta ha sido una constante en la historia del país que reveló
 con mayor nitidez y con profundidad revolucionaria José Martí, y que 
sigue hoy presente como el reto esencial de la nación. Para cristalizar 
como tal necesitábamos un pensamiento humanista en favor de los pobres 
de la tierra; se requería de una visión ecuménica de la justicia y de la
 dignidad humana sin ninguna de las trabas y restricciones que los 
intereses creados le habían impuesto a las ideas de libertad, igualdad y
 fraternidad. Estas ideas guiaban a los patriotas en el nacimiento de la
 nación, tras un largo proceso social que se había iniciado con la 
colonización 400 años antes.
En el dilatado proceso de formación de 
la nación cubana el inicio de la lucha por la independencia está 
íntimamente vinculado al surgimiento de la cultura nacional cuando el 20
 de octubre, en Bayamo, se entonaron por primera vez públicamente la 
letra y las notas de nuestro Himno Nacional. La contradicción, señalada 
por Lenin, entre la cultura de los explotados y la de los explotadores 
quedó resuelta en nuestro caso de manera radical.
La cultura de los anexionistas, antes y 
después de 1868, y también la de los autonomistas, negadoras de nuestra 
aspiración a existir como nación independiente, no alcanzaron 
preeminencia en nuestro movimiento intelectual. La cultura de España, 
una de las esencias de nuestra vida espiritual, fue asumida y renovada 
radicalmente por los próceres y pensadores de nuestras epopeyas 
liberadoras.
Desde finales del siglo XVIII y la 
primera mitad del XIX, fue forjándose una revolución social creadora de 
la nación que estalló en 1868 y que, como ha dicho Cintio Vitier, en 
otras latitudes las revoluciones se desarrollaron en el seno de las 
naciones. En Cuba, la revolución fue la que creó e hizo la nación. Si no
 se entiende esto no se entiende a Cuba.
Esa cultura que había asumido siempre en
 sus formas más puras las tradiciones éticas cristianas y la modernidad 
europea sin ponerlas en antagonismo, fue enriquecida y elevada con 
sentido de continuidad a planos universales superiores por José Martí. 
En su pensamiento están presentes algunos elementos claves que queremos 
destacar: utilidad de la virtud, equilibrio del mundo, formas cultas de 
hacer política, educación y solidaridad. En la utilidad de la virtud, 
está presente en esencia el tema de la ética:
Este tema ha sido tratado durante 
milenios y han sido precisamente las religiones las que más se han 
ocupado del mismo. Por ello he afirmado que la importancia de la ética 
para los seres humanos, la necesidad de ella, se confirma por la propia 
existencia de las religiones. Porque el tema central de las religiones 
ha sido el tema de la ética.
Su valor y significación son válidos 
tanto para creyentes como para los no creyentes. Los creyentes derivan 
sus principios del dictado divino. Los no creyentes podemos y debemos 
atribuírselos, en definitiva, a las necesidades de la vida material, de 
la convivencia entre seres humanos. La clave se halla en que en nuestro 
país, como ya señalamos, desde la forja del pensamiento científico e 
incluso religioso, no se situó la creencia en Dios en antagonismo con la
 ciencia, se dejó la cuestión de Dios para una decisión de conciencia 
individual. Ello facilitó al pensamiento cristiano y su fundamentación 
ética y a las ideas científicas una articulación de extraordinarios 
resultados en la historia de las ideas cubanas.
La ética martiana establece una relación
 íntima entre inteligencia, bondad y felicidad. Para él no hay felicidad
 mayor que la de hacer un bien a los demás. Del mismo modo la maldad 
conduce inevitablemente a la infelicidad. Tanto en La Edad de Oro como 
en otros documentos de Martí se tiende a establecer esa vinculación. 
Estas ideas se relacionan también con aquello planteado por el compañero
 Fidel acerca de que el gran potencial que tiene el hombre hacia el 
futuro es la parte del cerebro, de la capacidad intelectual que tenemos 
que no utilizamos. ¿Y cómo utilizarla más? Diríamos, como Martí, que se 
puede utilizar más si se logra vincular la inteligencia con el amor.
Otro elemento importante en Martí es lo 
que él llamó “el equilibrio del mundo”. Resultó profético el mensaje que
 nos dejó en su carta inconclusa a Manuel Mercado, en vísperas de su 
muerte. Para el Apóstol la guerra de independencia de Cuba se hace para 
evitar que Estados Unidos se apodere de las Antillas, caiga con esa 
fuerza más sobre las tierras de América y ponga en peligro el equilibrio
 del mundo. En su concepción el mensaje incluye al pueblo norteamericano
 porque Martí también afirmó en otro trabajo suyo que aquella guerra se 
hacía para salvar el honor de la gran república del norte, que en el 
desarrollo de su territorio obtendrá más segura grandeza que en el 
oficio inhumano de apoderarse de sus vecinos menores, o en la guerra que
 tendrá que echar contra el mundo, coaligado contra su ambición.
La idea del equilibrio es pues una de 
las claves esenciales del pensamiento martiano, como toda su cosmovisión
 fundada en la integridad de los diversos órdenes de la realidad, 
procede de su concepción del equilibrio en cuanto ley matriz esencial 
que rige tanto para la naturaleza como el espíritu, así como para el 
arte, la ciencia, la economía, las relaciones sociales y la política, y 
como esta síntesis sólo es posible alcanzarla a escala social con una 
cultura volcada hacia la acción. José Martí la llevó al terreno de la 
educación y la política práctica.
Martí proclamó su fe en el mejoramiento 
humano y en el papel decisivo de la educación para alcanzarlo. Señaló: 
“Todo hombre es una fiera dormida. Es necesario poner riendas a la 
fiera. Y el hombre es una fiera admirable: le es dado llevar las riendas
 de sí mismo”.1
Las riendas están en la cultura, y el 
derecho es la única forma culta de ejercer la violencia; y cuando se 
viola la ley y se crean condiciones para la violencia, se están creando 
situaciones graves en el orden público. Este es uno de los temas 
esenciales que debiéramos discutir a la luz de la tradición ética y 
jurídica cubana.
Ha llegado la hora de superar todos los 
esquemas y dogmatismo que nos llegaron de fuera con diferentes etiquetas
 y estudiar la vida y la obra de todos los pensadores y forjadores de 
grandes ideas a lo largo de la historia. Es la única forma política y 
científica para hallar un camino que nos libere de los sistemas 
opresivos y nos permita arribar a una genuina humanidad, como la que 
soñaron los grandes utópicos Y esto solo lo podemos hacer con principios
 científicos y cultivando el amor y la solidaridad.
Como ya señalamos, el principal error 
práctico de la izquierda del siglo XX fue divorciarse de la cultura, y 
el principal deber de los hombres de cultura está en buscar la relación 
con la política práctica. Por estas razones, hemos propuesto la 
necesidad de estudiar lo que hemos llamado cultura de hacer política, 
presente en Martí y en Fidel y en próximas conferencias podremos 
profundizar en su estudio. Promover esta investigación es un deber con 
Martí, con la ciencia y con el futuro de Cuba.
Analizando la situación internacional y 
los últimos acontecimientos en Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia y 
otros países latinoamericanos que evidencia un despertar de los pueblos 
frente al gigante de siete leguas, podemos afirmar que José Martí vive, 
como misteriosa esencia, en el alma de los pueblos latinoamericanos, es 
otra vez trinchera y camino y se apresta a la lucha por la libertad 
americana.
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1 Obra citada. Comentario al libro Cuentos de hoy y de mañana, de Rafael de Castro Palomino, La América, Nueva York, octubre de 1883, t. 5, p. 110
1 Obra citada. Comentario al libro Cuentos de hoy y de mañana, de Rafael de Castro Palomino, La América, Nueva York, octubre de 1883, t. 5, p. 110
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