En Cuba la soberanía reside en el pueblo. Foto: Ricardo López Hevia |
Los cubanos tenemos un solo Partido, es el partido de sus militantes y de los demás ciudadanos, es el partido de todo el pueblo, el partido de la Revolución Cubana, salvaguardia del poder popular, del Estado socialista de derecho.
Por Raúl Antonio Capote
Máximo Gómez Báez, General en Jefe del Ejército Libertador en la Guerra de Independencia de 1895 a 1898, anotaba en su Diario de Campaña, el 25 de agosto de 1898, refiriéndose a los interventores norteamericanos, «Quisieron borrar incluso la historia».1
Los ocupantes estadounidenses liquidaron las instituciones creadas por los patriotas cubanos: el Gobierno de la República en Armas, la Asamblea de Representantes, el Ejército Libertador y el Partido Revolucionario Cubano, partido que agrupaba a todos los patriotas, guía de la Revolución, garantía de la unidad necesaria, cimiento del sistema democrático que soñaban construir.
Era el Partido de la república martiana con todos y para el bien de todos, garante de la soberanía y del sistema institucional. Como la historia demostró, no era posible construir una verdadera democracia sin soberanía. Es inconcebible la democracia si no hay un país soberano, por eso les era imprescindible a los interventores, sus aliados y cipayos nacionales, hacer desaparecer el Partido fundado por José Martí.
El pueblo cubano fue capaz de arrostrar todos los sacrificios, sobreponerse al golpe brutal de 1898, a las sucesivas intervenciones en la república neocolonial, a la frustración del 33, capaz de derrotar a la dictadura de Fulgencio Batista sostenida por miles de soldados y apoyada por el imperio yanqui.
Es el pueblo que peleó 30 años contra el colonialismo español y eligió representantes, discutió y promulgó constituciones, fundó gobiernos, legisló en plena guerra, dando muestras de su talante democrático y cívico. Los revolucionarios cubanos, junto al probado heroísmo, hicieron derroche de concertación, de apego al debate y fe en el valor de las ideas.
Cuba nace como nación en la manigua insurrecta, fundada sobre pilares que constituyen hoy puntales de nuestro socialismo: la igualdad, la solidaridad y la justicia.
Es Carlos Manuel de Céspedes el que proclama el 25 de diciembre de 1870, cuando elimina el reglamento de libertos, refiriéndose a los negros y los chinos, «restituirle su natural calidad de hombres libres, ejercitando su personalidad con toda amplitud, gozando de los mismos derechos civiles y políticos de los demás ciudadanos con perfecta igualdad», cuando esto ocurre «en ningún parlamento o gobierno burgués del mundo occidental se reconocía ni siquiera, teóricamente, el que todos los ciudadanos del sexo masculino pudieran tener derechos civiles y políticos. A nadie se le hubiera ocurrido la idea de que además los tuvieran personas de las razas..., o personas que eran hasta hace unos días esclavos».2
La Revolución significó desde el primer momento en 1959, la conquista de la independencia y la soberanía, fue el triunfo de una revolución democrática, basada en la solidaridad, la justicia y la igualdad. El pueblo cubano fue capaz de realizar, una obra de justicia y desarrollo social, que ha transformado al país y que cuenta con el respeto y la admiración de millones de personas en el mundo.
Al frente de esa obra transformadora colosal ha estado el Partido de todos los cubanos, el Partido Comunista de Cuba.
En 1976, mientras celebrábamos el aniversario 81 del inicio de la Guerra de Independencia de 1895, se proclamaba y ponía en vigor la primera Constitución socialista de América, aprobada por el voto libre, universal y secreto del 98 % de los cubanos, en un proceso de ejemplar democracia y participación consciente de los ciudadanos.
El apoyo mayoritario a la Constitución de 1976 fue un voto de aceptación de la ciudadanía al papel dirigente del Partido3, que cuenta con una raíz histórica martiana: «El partido existe, seguro de su razón, como el alma visible de Cuba», apoyo que fue ratificado en 1992.
Encarnar el alma de Cuba constituye un alto valor ético y político, entraña legitimidad lograda con el prestigio de su actuar, como voluntad visible, como forma real que representa a todos los cubanos.
El Partido Comunista de Cuba, que nació del proceso de unidad política de la nación cubana, legatario de lo más avanzado del pensamiento cubano y universal, recibió del pueblo que aprobó la Constitución de 1976, la encomienda, la condición, otorgada por el voto de la inmensa mayoría del pueblo, de garantizar el cumplimiento de la Constitución.
Lo que significa que se debe a ella y que es garante del cumplimiento de lo establecido en la Ley de Leyes. De una Constitución que en su Artículo 1 declara que «Cuba es un Estado socialista de trabajadores, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos, como república unitaria y democrática, para el disfrute de la libertad política, la justicia social, el bienestar individual y colectivo y la solidaridad humana».
Que en su preámbulo afirma su conciencia de «que nuestra Revolución elevó la dignidad de la patria y del cubano a superior altura» y nuestra voluntad de que la ley de leyes de la República esté presidida por este profundo anhelo, al fin logrado, de José Martí:
«Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre».
Y en su Artículo 3 afirma: En la República de Cuba la soberanía reside en el pueblo.
En el actuar del Partido Comunista de Cuba son condiciones sine quibus non la defensa de la democracia y la participación del pueblo, que el pueblo sea sujeto político y que siempre se trabaje para el pueblo.
Los repetidos momentos de consulta popular auspiciados por el Partido a lo largo del proceso revolucionario, reafirman su esencia democrática, recordemos los debates y consultas del anteproyecto de Constitución de la República de Cuba, los Parlamentos Obreros en 1991, el debate de los documentos del Primer Congreso del Partido, del Llamamiento al IV Congreso, de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, de los Documentos del 7mo. Congreso del Partido, que contaron con el masivo e indiscutible crédito de la masiva participación ciudadana.
Para Carlos Marx, la lucha por el socialismo sin la lucha por la democracia no tiene sentido. Para nosotros socialismo, decía Marx, significa la organización democrática de la inmensa mayoría de la sociedad.
Lenin define la democracia como «la participación verdaderamente universal de toda la masa de la población en todos los asuntos del Estado».4
Los cubanos tenemos un solo Partido, es el partido de sus militantes y de los demás ciudadanos, es el partido de todo el pueblo, el partido de la Revolución Cubana, salvaguardia del poder popular, del Estado socialista de derecho.
Las mayorías que responden, una vez más, a la convocatoria de los comunistas cubanos, ratifican la confianza en el papel que desempeña la organización política en las transformaciones necesarias de la sociedad cubana, confirmando su apoyo al socialismo.
Cuando el gobierno existe para el pueblo, no en apariencias sino concretamente, y el pueblo deja de ser espectador para convertirse en protagonista, nuestra democracia socialista, que es como quería Mariátegui «creación heroica» y no calco ni copia, culminación de siglos de lucha, se realiza en el Estado de derecho, hijo legítimo del poder del pueblo.
Referencias:
1 Máximo Gómez. Diario de Campaña, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 366
2 Ricardo Alarcón de Quesada. «El Marxismo y la crisis del pensamiento neoliberal», La Habana, 30 de junio del 2000.
3 Este artículo reza: «Art. 5 El partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance de la sociedad comunista».
4 V.I. Lenin: «Respuesta a Piatakov».
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