Por Ana Carla Jiménez Hernández
El triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959
reavivó un fervor independentista en América Latina, al tiempo que crecía el
temor del gobierno norteamericano por el éxito internacional de los barbudos de
Fidel Castro. Las primeras medidas de nacionalización, el creciente apoyo
popular y la admiración internacional hacia Cuba, contribuyeron a que los
Estados Unidos comenzaran a fomentar el terror hacia el proceso revolucionario,
incluyendo fuertes campañas mediáticas contra Cuba. En este contexto nació el
Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), cuya tarea principal fue
dar a conocer la realidad de la Isla al mundo.
El ICAP se fundó oficialmente en diciembre de 1960,
aunque ya venía trabajando como instituto desde mucho antes. Los primeros
trabajadores participaron en la Operación Verdad, que desmintió la difamación
al gobierno cubano durante los juicios a torturadores y asesinos de la
dictadura batistiana en el año 1959.
Más allá de su principio fundacional, el ICAP
desempeñó un sinnúmero de tareas muy diversas durante sus primeros años:
coordinó visitas de personalidades afines al proceso revolucionario, organizó
las primeras conferencias tricontinentales de apoyo a los pueblos de África,
Asia y América Latina, sirvió de sede para intercambios de Fidel y el Che
Guevara con numerosas delegaciones interesadas en Cuba y asumió las Relaciones
Internacionales de muchos ministerios e instituciones cubanas que carecían de
departamentos con esta función específica.
A principios de los años sesenta, muchos cubanos que
habían tenido que exilarse en los Estados Unidos por razones políticas o
económicas, decidieron regresar a Cuba, reencontrarse con sus familiares y
apoyar el proceso revolucionario. Vinieron muchos barcos con personas
repatriadas y fue también misión del ICAP, siempre respaldado por el gobierno y
el Partido, atender a esos ciudadanos, ofrecerles casa, trabajo y escuela para
los más pequeños.
Un momento crucial del trabajo de ayuda solidaria de
la institución fue la acogida de exiliados latinoamericanos que llegaron a Cuba
huyendo de las dictaduras en sus países. Como consecuencia de la Operación
Cóndor, Latinoamérica sufrió una larga etapa de dictaduras y golpes de Estado
que acabaron con la soberanía y autodeterminación de los pueblos. En aquel
momento Cuba abrió sus puertas para dar asilo a todos los perseguidos que
decidieran venir a refugiarse en el país. Así el pueblo acogió bolivianos,
argentinos, brasileños, colombianos y —sobre todo— chilenos. Muchos de ellos
regresaron a sus países cuando se instauró la democracia, pero otros aún viven
en Cuba.
¿Qué podemos hacer por Cuba? Los movimientos de
solidaridad
Los movimientos de solidaridad con Cuba son
agrupaciones de personas interesadas en colaborar mediante sus propios
esfuerzos con el pueblo de la Isla.
A inicios de la Revolución, existían personalidades de
la cultura, el arte y la política que se sentían atraídos por la efervescencia
que se vivía en Cuba; viajaban al país pero lo hacían de manera aislada.
Cada vez fueron más los pueblos y regiones que
quisieron apoyar el desarrollo del proceso socialista. Surgieron entonces, de
forma espontánea —y, en ningún caso, creadas o dirigidas por el ICAP—,
disímiles organizaciones interesadas en colaborar con Cuba y que serán
atendidas directamente por este organismo.
En la primera década revolucionaria hechos como la
invasión mercenaria por Playa Girón o la crisis de Octubre, exacerbaron el
movimiento de solidaridad. Amigos de todo el mundo se unieron a la causa; de
forma individual o colectivamente, la ayuda crecía a la par que las amenazas
imperialistas.
Después, en la década de los setenta, este movimiento
solidario se tornó mucho más político. Mientras emergían nuevos procesos
revolucionarios —sobre todo en Centroamérica—, el movimiento de solidaridad con
Cuba redireccionó su atención y apoyo hacia esos pueblos del continente. Como
consecuencia la solidaridad se nucleó alrededor de partidos políticos y
movimientos, en su mayoría de carácter marxista y socialista.
Esta estabilidad del movimiento solidario hacia la
Isla se mantuvo hasta la caída del Campo Socialista a principios de los años
noventa cuando se recrudeció la política hostil de los Estados Unidos hacia
Cuba y comenzó el llamado «Periodo Especial» en tiempos de paz.
Ante la crisis económica desatada, la solidaridad
adquirió un nivel de organización nunca antes visto. La pregunta era: « ¿qué
podemos hacer por Cuba?». Fue el momento de más auge, por consiguiente, de la
ayuda que prestaron al país los movimientos.
Así vinieron por primera vez a Cuba los Pastores por
la Paz, una organización religiosa norteamericana que, dirigida por el
reverendo Lucius Walker, siempre estuvo dispuesta a no dejar que el gobierno de
los Estados Unidos impidiera su labor humanitaria. Este fue probablemente el
movimiento más fructífero de estos años, tanto así que comenzó siendo un
proyecto humanitario de solidaridad y terminó radicalizándose y uniéndose a la
causa de la lucha contra el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba.
Si Cuba pudo enfrentar y paulatinamente salir del
Periodo Especial fue en parte gracias al esfuerzo de las más de dos mil
asociaciones solidarias que se conformaron en 190 países.
En la actualidad, el movimiento de solidaridad incluye
varias organizaciones que se unen por países, Partidos, organizaciones
sindicales o gremiales, movimientos de campesinos, de mujeres, que incorporan
como parte de su agenda la solidaridad Cuba y la necesidad de conocer y
difundir en el mundo la realidad cubana.
No siempre la solidaridad hacia el país se manifiesta
a través de grupos u organizaciones establecidas. También existen individuos
que, a título personal, participan y colaboran con el pueblo cubano en favor de
su bienestar.
En determinado momento todos estos actores del
movimiento de solidaridad con Cuba sintieron la necesidad de realizar
encuentros nacionales de solidaridad, incluso hasta regionales, para colaborar
entre sí y ayudar de forma más organizada. Estos encuentros se realizaron de
manera autogestionada y, en dos ocasiones, Fidel asistió a estos encuentros
mundiales, con sede en el ICAP.
Brigadas Internacionales. El campamento Julio Antonio
Mella.
Dentro de los Estados Unidos, alrededor de los años
sesenta, como resultado de la lucha por los derechos civiles, de la lucha
contra el racismo y contra la guerra en Viet Nam, emergió una juventud
norteamericana con posiciones revolucionarias, inmersas en ese proceso
sintieron curiosidad por conocer Cuba y su realidad.
Aun cuando su país no permitía que viajasen a la Isla,
un grupo de estos jóvenes vinieron a ver con sus propios ojos qué estaba
pasando en Cuba. Esa primera brigada estuvo tres meses y participó en el corte
de caña durante la zafra de los diez millones. La brigada «Venceremos» es
considerada la fundadora del movimiento de brigadas internacionales.
Después surgió la brigada «Antonio Maceo» que
integraba a jóvenes que habían ido a vivir en Estados Unidos o que habían
nacido allá, pero sus padres eran cubanos. Ellos quisieron entonces
reencontrarse con un mundo nuevo y diferente al suyo, siempre con el ánimo de
ayudar y colaborar con Cuba.
Ambas brigadas se han mantenido viniendo al país
durante décadas y a ellas se han unido la suramericana, la nórdica, la
australiana, la europea, y brigadas de todas partes del mundo.
El campamento «Julio Antonio Mella» es la instalación
donde se albergan y desarrollan su programa de actividades. Los integrantes de
las brigadas se cubren sus gastos en Cuba.
Los brigadistas vienen por un periodo de 15 a 21 días,
durante ese tiempo se realizan trabajos voluntarios en los alrededores del
campamento; visitan lugares de interés económico, político, cultural; recorren
distintas provincias; tienen un encuentro con los Comités de Defensa de la
Revolución; y se les ofrecen conferencias sobre el sistema electoral cubano y
la política exterior, entre otros temas. Siempre regresan a sus países muy
satisfechos por lo que aprenden sobre Cuba y que normalmente es ocultado por
los medios internacionales de comunicación.
Existe una tradición entre brigadistas: contar cuántas
veces han venido a Cuba y a cuántas generaciones de su familia han traído.
Algunos sienten un gran apego por nuestro país, tanto así que, a la entrada del
campamento internacional, frente al sitio histórico, hay un pequeño cementerio
donde descansa una veintena de ellos, cuyo último deseo fue ser enterrado allí.
Un dato interesante es que, no necesariamente los
integrantes de las brigadas internacionales pertenecen a un movimiento en
específico de solidaridad con Cuba. Aunque muchas veces ocurre que una vez que
regresan a sus países de origen deciden incorporarse a alguna de estas
organizaciones.
La lucha continúa
En los últimos años el ICAP ha enfrentado, junto al
pueblo, batallas definitorias para la historia de la Revolución. Entre ellas,
lograr el regreso del niño Elián fue una de las más cortas y de las más
intensas. Miles de amigos en el mundo se movilizaron en función de aquella
campaña. Casi de inmediato comenzó otra, mucho más larga…la lucha por la liberación
de los cinco héroes cubanos que guardaban injusta prisión en los Estados
Unidos. Amigos de todas partes se unieron para lograr que volvieran a su
Patria, como había prometido Fidel.
Quizás fue la tarea más extendida que cumplió el ICAP
por quince años. Cuando el movimiento de solidaridad preguntaba: ¿qué podemos
hacer por Cuba?, siempre el Instituto respondía: Luchar por los cinco. Por esa
demanda se creó el Comité Internacional por la Liberación de los Cinco que
trabajó codo con codo junto al ICAP.
La movilización tuvo un enorme impacto. En cada rincón
del al que pudiera llegar la solidaridad, se hablaba de los cinco. El
movimiento creció de manera notable. Muchas personas que se unieron a la lucha
no solo por amor a Cuba o por compromiso político, sino por elementales
sentimientos de piedad, justicia y humanidad. Incluso, abogados que no
compartían los ideales de la nación caribeña ayudaron por considerar que se
cometía una violación del Derecho Internacional por parte de los Estados
Unidos.
Por eso hoy, después del regreso de los cinco, el
Instituto se complace con que tener como presidente al Héroe de la República de
Cuba, Fernando González Llort.
Luego del regreso de los cinco y de la declaración del
restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados
Unidos, muchos amigos que integraban los movimientos de solidaridad pensaron
que la lucha había terminado. Pero no, quedan muchas batallas por librar: la
devolución de la base naval en Guantánamo, la eliminación del bloqueo
económico, desmentir y desmontar las campañas mediáticas que continúan contra
Cuba, por solo citar algunas. En este contexto, para el ICAP la lucha es y será
interminable. Las puertas de Cuba hacia la solidaridad estarán abiertas para
siempre.
ENTREVISTAS
Era nuestra casa
Irma Sehwerert Mileham cuenta su primer encuentro con
el ICAP en el año 1961 y su relación con el Instituto durante la lucha por la
liberación de los Cinco.
Nosotros estábamos vinculados, tanto el padre de mis
hijos como yo, al Movimiento 26 de Julio, allá en la ciudad de Chicago. Me fui
de Cuba para los Estados Unidos con apenas 14 años. Inmediatamente que empezó
la lucha de Fidel en la Sierra Maestra, nos interesamos por el tema de nuestro
país. Recuerdo que se creó una célula del 26 y una organización que se llamaba
Pro-Justo Trato a Cuba, integrada por norteamericanos de izquierda, gente muy
buena y preparada. Cuando triunfa la Revolución decidimos regresar a Cuba, pero
en la organización nos orientaron que no era el mejor momento, que allá
seríamos de mucha más ayuda.
Cuando en abril del 1961 ocurrió la invasión
mercenaria por Playa Girón, los cubanos que vivíamos en Estados Unidos sentimos
mucha vergüenza e indignación. Entonces, en octubre de ese mismo año,
regresamos en un barco que traía unos doscientos y poco más de repatriados. Así
fue nuestro primer encuentro con el ICAP.
Realmente nos sorprendió el tratamiento que se nos dio
y toda la atención que recibimos. Se nos ofreció un trabajo y una escuela para
René, porque Roberto todavía era muy pequeñito y yo no quise becarlo. El ICAP
fue un apoyo muy grande para nosotros porque llevábamos muchos años fuera de
Cuba. Nos daban conferencias para actualizarnos de la situación y las
necesidades del país.
A través del Instituto nos dieron una casa, porque
aquí nosotros no teníamos más que a mi suegra, quien nos albergó en su cuartico
durante el primer año.
Pienso que si el ICAP no hubiera existido, nosotros
nos hubiéramos sentido muy desamparados. El Instituto se ha caracterizado desde
esa época, y hasta la fecha por tener un personal muy asequible, muy sencillo,
cariñoso; siempre nos trataron como si acogieran a su propia familia. Nos
sentimos muy apoyados.
Después que nos incorporamos a la sociedad —mi esposo
y yo al trabajo, los muchachos a la escuela— no tuvimos más vínculo con el ICAP
hasta que se hizo público el tema de los Cinco.
Al igual que nos sucedió en 1961, nos sorprendió el
afecto el cariño, todo lo que se volcó en ese ICAP para ayudar a la liberación
de los Cinco. Creo que si no hubiera sido por ese trabajo que se hizo no se
hubiera dado a conocer el tema de la manera tan amplia como se dio. No había un
minuto en el que no se desplegara un aparato de movilización para hablar de
ellos, no había delegación que llegara a Cuba con la que nosotras, como madres
y esposas, no nos reuniéramos.
El ICAP era nuestra casa, nuestra familia. No sé cómo
ellos podían reunir a tantas personas de tantos países en un mismo lugar y dar
a conocer la injusticia que se estaba cometiendo contra los Cinco. Durante el
coloquio de Holguín, y también cuando las delegaciones venían al campamento,
estábamos nosotras allí para que conocieran el tema y lo hicieran extensivo a
todos los rincones del mundo.
Tengo la mejor opinión de esa organización. No sé qué
nos hubiéramos hecho si no hubiera sido por el ICAP, la verdad. Y ahora que
Fernando está allí de Presidente, estamos más unidos todavía.
Merece el premio Nobel de la Paz
El chileno Ulises Mitodio estaba en Cuba estudiando
Medicina cuando reunieron a todos sus compatriotas en la escuela de Girón y les
dieron la noticia del golpe de Estado a Salvador Allende. Desde ese día, vive
en la Isla. Hoy cuenta su relación con el ICAP.
Soy del primer grupo de chilenos que vino a estudiar
Medicina a Cuba en 1972, después de que el compañero Fidel fuera a Chile y
ofertara becas para que jóvenes de nuestro país pudiéramos venir a estudiar.
Quinientas becas. En el primer grupo llegamos cien, en 1973 llegaron ochenta y
tres y hubo cuatro grupos a los que los sorprendió el Golpe allá. Desde nuestra
llegada a Cuba, nos atendió el ICAP.
El Instituto siempre fue nuestro eslabón con la
sociedad civil cubana y con el gobierno, la tabla de salvación de muchos
chilenos que nunca hubiésemos tenido la oportunidad de estudiar. Soy hijo de un
obrero y de una madre analfabeta ama de casa, si no me dan esa beca, nunca
hubiese podido formarme de la forma en que lo hice.
Cuando se produce el golpe de Estado en Chile, los
representantes del país en el exterior, principalmente los embajadores que eran
del campo socialista, se reúnen en Roma y se ponen de acuerdo para no reconocer
al gobierno fascista de Pinochet, y proponen que todas las embajadas se
convirtieran en Comités de Resistencia Antifascista. De aquí de Cuba no fue
nadie a la reunión en Roma, pero Volodia Teitelboimh —que era dirigente del
Partido comunista— se comunica con la embajada de Chile en La Habana y le
transmite a Fidel y al Consejo de Estado la solicitud, acordada en Roma. Desde
ese momento, 8 de octubre de 1973, la embajada pasó a ser el Comité Chileno de
la Resistencia Antifascista.
La casa se convierte en el asilo de miles de chilenos
que fueron llegando a Cuba, huyendo de la dictadura. Desde septiembre de 1973
hasta enero de 1974 llegaron aquí 1473 personas.
Gran parte de la atención a esos refugiados, el
aseguramiento material, de alimentación y todo lo que tiene que ver con la
parte administrativa, correspondió al ICAP. Lo que es hoy la Casa Memorial
Salvador Allende, ayer Comité Chileno, siempre estuvo en estrecha conexión con
el Instituto.
En aquel entonces también la Central de Trabajadores
de Cuba, que dirigía el compañero Lázaro Peña, asignó un apartamento por
edificio de las famosas microbrigadas, para que vivieran los asilados en Cuba,
que no solo éramos chilenos, había bolivianos, argentinos, brasileños, de todos
los países que sufrían las dictaduras en los setenta. Esto fue no solo en la
capital, sino también en Santa Clara, Cienfuegos, Santiago de Cuba.
No todos los asilados se quedaron, a algunos no les
gustó Cuba. Se quedaron los revolucionarios, la gente más comprometida. El ICAP
no solo se encargó de la ayuda material, sino también de la prestación de
servicios de salud, la educación, conseguir los círculos infantiles para las
familias con niños pequeños, buscarles trabajo a los profesionales y a los no
profesionales, insertar a un grupo grande de niños en las primarias, en las
secundarias, a los jóvenes en las universidades. Cuba ha dado tanta solidaridad
al pueblo chileno, que es inmerecido el trato que tienen esos gobiernos hacia
la Isla.
Si hay alguien que se merece un premio Nobel de la Paz
ese es el ICAP, por todo lo que ha significado y sigue significando su trabajo
solidario.
No es necesario pedir permiso para ejercer el amor al
prójimo
El reverendo Raúl Suárez es pastor bautista, miembro a
la Asamblea Nacional el Poder Popular y fundador y director del Centro Memorial
Martin Luther King. Su relación con el ICAP data desde inicios de la Revolución
Cubana y se intensifica sobre todo en relación con las brigadas de los Pastores
por la Paz que comenzaron a venir a Cuba cuando se recrudeció el Periodo
Especial.
El ICAP se convierte desde muy temprano en un
interlocutor de cooperación del Consejo de Iglesias de Cuba con el gobierno. A
inicios de los años sesenta las relaciones nuestras con el Estado, con el
Partido o con las organizaciones revolucionarias era mínima, no existía
prácticamente; el ICAP significó entonces el eslabón fundamental para ese
intercambio.
La iglesia tenía y tiene muchas organizaciones
progresistas fuera de Cuba, el Instituto representó un mediador para hacer
entender que la iglesia puede llegar a lugares donde el Estado no, y gracias a
las relaciones del ICAP dentro y fuera del país, cada vez que se realizaba un
evento había un hermano nuestro representando al movimiento ecuménico cubano.
Fue la única oportunidad que en aquel entonces nos ponía en contacto con los movimientos
populares de América Latina y el Caribe.
El ICAP ofrecía a la iglesia la oportunidad de
relacionarse con las organizaciones religiosas fuera de Cuba y a la vez, de
formar parte de nuestro proceso revolucionario, de tener participación en la
construcción de la sociedad cubana.
Tanto el ICAP como el Movimiento Ecuménico Cubano,
representan una voz contra la política internacional que desde siempre ha
estado manejando Estados Unidos contra Cuba. Juntos, ayudamos a desmentir las
campañas de que en Cuba había un infierno a inicios de la Revolución, que esto
aquí era un caos, que había persecución religiosa, que los cubanos vivíamos
como esclavos del sistema. En la lucha contra estas mentiras siempre la iglesia
y el ICAP iban defendiendo los mismos principios e ideas. En una sola voz
decíamos «nosotros vivimos en Cuba y la situación de los derechos humanos, la
relación del Estado con la iglesia, la calidad de vida de la población, los
logros de la Revolución son una realidad que le ha hecho un bien a nuestro
pueblo».
Un ejemplo significativo de esta cooperación tuvo que
ver con el movimiento norteamericano Fundación Interreligiosa para la
Organización Comunitaria (IFCO), de allí nacieron los Pastores por la Paz que
se unieron para ayudar la causa del pueblo nicaragüense en 1988.
En 1990 voy a Nicaragua, invitado a las elecciones
—que perdieron los sandinistas— y allí conozco a Lucius Walker, que había sido
invitado también, con una amplia delegación de Pastores por la Paz de Estados
Unidos y Canadá.
El mismo día de las elecciones, el propio Lucius me
despierta por la madrugada para decirme que habíamos perdido y que descansara
porque al otro día se quería entrevistar conmigo para hablar de Cuba.
Estuvimos reunidos más de dos horas. Ellos haciéndome
preguntas sobre Cuba, que les explicara nuestra realidad; porque la prensa
norteamericana lo que decía era todo lo contrario. Me preguntaron sobre la vida
de la iglesia, sobre cuáles eran las principales organizaciones que
representaban el movimiento protestante cubano. Todo esto fue en 1990. En 1991
Lucius Walker vino por primera vez a Cuba y yo fui el interlocutor entre él y
la organización del Partido que atendía los asuntos religiosos.
Nos reunimos, el presidente del ICAP —en aquel
entonces, Sergio Corrieri—; Ricardo Alarcón, representante de Cuba ante las
Naciones Unidas; José Felipe Carneado, que era la persona representante del
Partido y yo que estaba en nombre del Movimiento Ecuménico Cubano y del Centro
Martin Luther King. Durante la cita se acordó que las puertas de Cuba estaban
abiertas para recibir a la primera caravana de Pastores por la Paz —que
llegaría en diciembre de 1992.
El programa de actividades lo diseñábamos de conjunto
con el ICAP. A partir de entonces vino al menos una caravana todos los años,
aunque en los inicios a veces venían dos.
A los Pastores por la Paz siempre les ha interesado
visitar instituciones de educación, salud pública, cultura, deporte, y por
supuesto, espacios populares.
Fidel siempre se reunía con ellos, sobre todo en los primeros
años. A veces amanecía con ellos conversando. Siempre nos exigía un informe
diario de qué había hecho la caravana. Gracias a aquellas conversaciones los
Pastores por la Paz se radicalizaron en favor del pueblo de Cuba y —además de
su esencial apoyo humanitario— se unieron a la lucha contra el bloqueo, por la
devolución de la base naval en Guantánamo, la libertad de los norteamericanos
de viajar a Cuba, mejorar las relaciones entre ambos países y dar a conocer al
mundo la realidad cubana y el pensamiento revolucionario de la nación.
Las mayores caravanas eran de 170 personas. En la
actualidad son cincuenta o sesenta. El lema de Lucius era «la iglesia no tiene
por qué pedirle permiso al Estado para ejercer el amor al prójimo», y por lo
tanto venían sin permiso del gobierno norteamericano, por eso tuvieron tantos
problemas en la frontera con México para traer donaciones a Cuba.
La contribución del ICAP a reconocer que la iglesia
tiene un espacio en la sociedad en Cuba y fuera de Cuba, es una de las cosas
por la que siento más gratitud hacia la organización. Hoy, el centro Martin
Luther King pertenece a muchos movimientos populares de América Latina y,
aunque ya no es imprescindible el ICAP en ese sentido, mantenemos la
cordialidad, la amistad y el deseo de contribuir, unidos, al desarrollo de
nuestra sociedad.
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