Por Yoelvis Lázaro Moreno Fdz.
Llegué a la escuela y me enseñaron a decir, en 
alta voz y a coro, que todos seríamos como él. Y poco a poco fuimos 
abrazando la expresión de un credo hondo, de un juramento de camino 
largo. Recuerdo las palabras entrecortadas, medio tímidas, de aquella 
muchachada pionera. Recuerdo a la profe organizándonos en fila, 
diciéndonos que nos pusiéramos uno detrás del otro, que mantuviéramos 
una postura firme, erguida. Recuerdo a todos mis compañeritos con boina y
 el ceremonial saludo, igual que el de la bandera.
Recuerdo las horas matutinas de octubre como si fuesen hoy, los 
homenajes hablando de La Higuera y la Quebrada del Yuro, los versos de 
las goticas de agua clara y la ingenua alusión a quien “murió en Bolivia
 con una estrella en la frente, alumbrando el continente de la América 
Latina”. Recuerdo, recuerdo… aquella infancia del cariño profético, 
aquellos años de querer ser, intentar ser.
Yo todavía quiero, y seguiré intentándolo. Sí, pero no me acepto el 
anhelo por el simple anhelo. Eso no, eso sería entonces lo peor, la 
antítesis de todo. Alejado de lo rítmico de la consigna, alejado de 
lemas y discursos, me pregunto yo mismo, sin que nadie más intervenga, a
 qué Che debemos aspirar, qué Che podemos construir, que traducida la 
expresión en su significado más primario sería algo así como “de qué 
modo aprender del amigo”.
Y es que a estas alturas, en este paralelo de convergencias y 
discordancias múltiples, cuando Cuba cambia y se enrumba hacia proyectos
 mayúsculos, cuando la isla examina sus propias estructuras; necesitamos
 un Guevara crecido, oxigenante, previsor; un hombre que no lo hagamos 
teque ni epopeya fría, como a veces se suele decir por ahí. Tenemos que 
saber recordarlo.
Examinemos entre todos cómo traer al héroe a las configuraciones de 
los nuevos tiempos, cómo tocarle el codo con lo “voluntario” del trabajo
 de hoy al hombre de carne y hueso, cómo bajarlo de la estatua sin que 
pierda su vigilancia y su luz larga, sin que deje de andar con la adarga
 al brazo.
De Guevara, en primer lugar, se hace imprescindible rescatar con 
meridiano tino sus aportes teóricos y prácticos a la construcción del 
socialismo, un socialismo que no tiene otros referentes que los fijados 
por él mismo desde su condición única. Y el ejercicio está en 
socializar, bajar a todos los estratos, palpar. Bien lo dejó 
esclarecido: “Lo difícil de entender, para quien no viva la experiencia 
de la revolución, es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el 
individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la 
masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los 
dirigentes”.
El Che abogó por el hombre nuevo, lo prescribió desde los años 
fundacionales del proyecto social cubano como aquello que va naciendo. 
“Su imagen no está todavía acabada; no podría estarlo nunca ya que el 
proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas”.
Ahí está una de las esencias más maduras del héroe y estudioso: tomar
 la economía como elemento sustancial y desencandenante de muchos otros;
 pero que obligatoriamente debe estar conjugada en un sistema integral, 
donde lo económico, lo político, lo cultural, lo sociológico, lo 
histórico se condensen a través de cuestiones fundamentales, como el 
papel del hombre y la conciencia del individuo.Y no se puede aspirar a 
algo si ese algo no se enseña, si a ese algo no le damos vida, cuerpo, 
esencia. “Sin hombres socialistas no se puede hacer el socialismo”. 
De ahí el valor de la educación, la verdadera educación, la enseñanza práctica; nunca el escolasticismo y la repetición monocorde; nunca la fanfarria académica, nunca el desentendimiento de las realidades que son muchas pero capaces de encauzarse como una sola. “Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma”. Esa importancia es crucial, no se puede retroceder en tan decisivo intento.
De ahí el valor de la educación, la verdadera educación, la enseñanza práctica; nunca el escolasticismo y la repetición monocorde; nunca la fanfarria académica, nunca el desentendimiento de las realidades que son muchas pero capaces de encauzarse como una sola. “Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma”. Esa importancia es crucial, no se puede retroceder en tan decisivo intento.
Del Che nos viene haciendo falta no perder la perspectiva que ha de 
acompañar a los que van delante, que son los que rectorean, conducen, 
organizan: “Ya no marchan completamente solos, por veredas extraviadas, 
hacia lejanos anhelos. Siguen a su vanguardia, constituida por el 
partido, por los obreros de avanzada, por los hombres de avanzada que 
caminan ligados a las masas y en estrecha comunión con ellas. Las 
vanguardias tienen su vista puesta en el futuro y en su recompensa, pero
 esta no se vislumbra como algo individual; el premio es la nueva 
sociedad donde los hombres tendrán características distintas: la 
sociedad del hombre comunista”.
"El camino es largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar 
la ruta, hay que retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos 
separamos de las masas; en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el
 aliento cercano de los que nos pisan los talones. En nuestra ambición 
de revolucionarios, tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, 
abriendo caminos, pero sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y 
que ésta solo podrá avanzar más rápido si la alentamos con nuestro 
ejemplo" (citas de El socialismo y el hombre en Cuba, de Ernesto Guevara).
Cabe entender entonces que no apostemos por el arquetipo, por la 
modelación perfecta del hombre nuevo, ni del Che tampoco. Cada tiempo 
hace a sus hombres, y hace a su gente común, y relee a sus héroes, y 
busca y rebusca en el pasado para seguir.
Defendamos al Guerrillero antidogmático, desprovisto de arengas; al 
del espíritu crítico y mirada aguda para examinar su realidad; al de la 
autocrítica comprometida y franca, al de Argentina, el Congo, Cuba, 
Bolivia y América toda; al de los sueños integracionistas; al 
comandante, fecundo en los combates más escépticos de la vida cotidiana;
 al padre; al compañero del arroz con pollo para todos; al ser humano de
 las mil batallas y más, las ya libradas y las que faltan por librar; a 
la perenne invocación de su estatura, que no es cualquiera.
Ya hace tiempo que llegué a la escuela y me enseñaron a decir muchas 
cosas; Aún recuerdo lo que quería ser. Ahora puedo entenderlo todo 
mejor.

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