Por Frei Betto.
Olivier De Schutter, belga, de 45 años, terminó este semestre su 
mandato de seis años como relator de la ONU para el derecho a la 
alimentación. Declaró que si erradicar el hambre en el mundo dependiese 
de una única decisión optaría por la “generalización de la protección 
social” que, en los países pobres, representaría menos del 7% del PIB.
Según la FAO, hay 842 millones de personas (el 12% de la población 
mundial) en situación de desnutrición crónica. De Shutter cree que ese 
dato de la FAO está subestimado,  pues sólo considera a quienes pasan 
hambre todo el año y no la carencia temporal.  Él estima en mil millones
 el número de hambrientos crónicos. Y admite que “cometemos el error de 
apostar demasiado a las ganancias de productividad, sin invertir lo 
suficiente en la protección y el apoyo a los pequeños agricultores”.
Añade que fracasó la “solución” apuntada por la OMC (Organización 
Mundial de Comercio): que los países con mayor poder de producción 
agrícola exporten hacia los países con menor producción. La práctica 
demostró que eso es mero colonialismo, para reforzar la dependencia de 
los pobres en relación a los ricos y eliminar la agricultura familiar de
 los países importadores.
En los últimos 50 años la producción de alimentos aumentó anualmente 
un 2.1%, mientras que las víctimas del hambre disminuyeron poco. Los 
datos de la FAO indican que en 1990 dichas víctimas eran 900 millones.
Está comprobado que no basta con ampliar la producción ni  promover 
la desaceleración demográfica para resolver el problema. Si no hay 
carencia de alimentos ni exceso de bocas, es obvio que la causa reside 
en la falta de justicia social.
De Shutter propone un nuevo paradigma en la producción alimentaria 
favorable a la agricultura familiar y a la agroecología. “No nos 
planteamos la cuestión de saber si la industrialización de la 
agricultura era compatible con el respeto a los ecosistemas, y fuimos 
negligentes en la cuestión de la salud y de la diversidad alimentaria.  
Son tres dimensiones: justicia social, sustentabilidad ambiental y 
salud”.
El exrelator de la ONU señala como una de las dificultades la falta 
de entendimiento entre los gobiernos y la iniciativa privada. De las 
empresas surgen las decisiones estratégicas, que vinculan al productor 
con el consumidor. Lo grave, según él,  es que “toman decisiones en 
función de la ganancia prevista, sin que les preocupen mucho las 
cuestiones de sustentabilidad, desarrollo rural e igualdad en la 
compensación de los actores.
Hoy día se va acelerando la mercantilización de los productos 
alimenticios, y de sus fuentes, como la tierra y el agua. “Los 
consumidores del Norte (del mundo), que quieren carne y biocombustibles,
 hacen competencia a los del Sur, que quieren la misma tierra y agua 
para sus necesidades esenciales. Es un problema ético y jurídico”.
El Brasil presume  de ser uno de los pioneros en materia de 
biocombustibles. He aquí lo que afirma De Shutter: “La carrera en la 
producción de biocombustibles produce tres tipos de impacto: primero, 
vincula el mercado alimentario al de la energía. Cuanto más sube el 
precio del petróleo, más rentable se vuelve la producción de 
biocombustibles, y aumenta más la producción sobre el mercado agrícola. 
Segundo,  los biocombustibles ejercen presión sobre la tierra arable del
 Sur. Tercero, el mercado de biocombustibles fomenta la especulación 
financiera, pues cuando la Unión  Europea y los Estados Unidos anuncian 
metas de producción  y consumo de biocombustibles hasta el 2020, están 
enviándoles un mensaje a los inversionistas: “Independientemente de 
variaciones, los precios van a continuar subiendo. ¡Especulen!”
De Shutter elogia la preocupación de José Graziano da Silva, 
exministro de Lula y actual director general de la FAO, en cuanto a los 
desperdicios en el mundo, que alcanza hoy la cifra de 1/3 de los 
alimentos producidos, alrededor de 1.300 millones de toneladas por año, 
lo cual equivale a más de la mitad de todos los cereales cultivados 
anualmente.
Ahora entiendo por qué mi madre decía cuando, en la infancia, miraba 
yo sin apetito mi plato de comida: “Come, niño. Hay mucha gente pasando 
hambre”. Por una cuestión de justicia.

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