Tomado de Insurgente.
Por Manuel de la Fuente.
Iba yo un día por la calle y me encontré a cuatro tipos pegando a un 
hombre. “¿Me meto o no me meto?”, le dije a mi mujer. “No te metas, 
hombre”, respondió ella. Y al final me metí, y entre los cinco le dimos 
una paliza. Este chiste de Gila resume a la perfección una cierta 
bravuconería muy española, una actitud de ensañamiento con el débil. Es 
algo que se está viendo con la crisis actual, la exclusión del sistema 
de los pobres y los enfermos: el desmontaje del estado del bienestar se 
está llevando a cabo perjudicando primero a aquellos cuyas quejas nunca 
serán escuchadas. Una de las últimas pruebas la teníamos esta semana con
 un movimiento perverso, la noticia de que la Comunidad de Madrid le 
ofrece primero empleo a los desempleados con prestación, dejando aún más
 en la cuneta a los que no tienen nada.
Mientras, en los medios de comunicación no paran de sonar 
llamamientos a la responsabilidad. Los mismos medios que se callaban la 
boca ante la corrupción generalizada cuando la burbuja económica estaba 
en su pleno apogeo ahora nos presentan el panorama como si fuéramos un 
país serio, que tiene que exigir cuentas cuando, eso sí, ya no hay 
dinero para nadie, ni siquiera para pagar con publicidad institucional 
el silencio mediático. Sin embargo, las críticas se hacen, en el fondo, 
con la boca pequeña, al tiempo que se buscan chivos expiatorios contra 
los que descargar la frustración generalizada. Y el cine español es uno 
de los débiles con los que mola cebarse.
Hace dos meses, todo un ministro de Economía cargó contra los actores
 de nuestro cine diciendo que el problema de todo era que no pagaban 
impuestos. Y todo porque hay algunos actores (no muchos, la verdad) que 
son unos auténticos rojeras, que no siguen el ejemplo de los 
futbolistas, de hacer declaraciones sólo con monosílabos mongoloides 
ante el aplauso de la gente. Se eleva a la categoría de ejemplo a los 
millonarios mascachapas analfabetos y se demoniza a los actores que 
dicen lo que les da la gana, expresando cosas que se salen del guión 
establecido. A ésos se les niega todo, y se les remata cuando están 
derrotados.
El último caso es el del actor Willy Toledo. Hace unos días, el actor
 comentó en una entrevista en una televisión venezolana que se iba a 
vivir a La Habana. La noticia llegó a España de inmediato donde los 
medios de comunicación le dieron por todos lados, en un amplio abanico 
que iba desde la sorna displicente hasta el insulto más despiadado. En 
general, hubo un clamor anti-Willy Toledo en plan, “jódete”, auspiciado 
por una derecha mediática ávida de sangre, que lleva años arremetiendo 
contra el actor, jaleando un estado de opinión que promueve incluso que 
le den una paliza.
Da la sensación, si uno lee las noticias y comentarios, que Willy 
Toledo se va a Cuba con millones escondidos en diversas cuentas suizas. O
 que lleva años cobrando dinero público en sobres sin declarar. O que ha
 estado estafando a pensionistas y trabajadores, prometiéndoles 
inversiones para después robarles el dinero. Cuando lo que sucede es que
 Toledo se marcha a La Habana para trabajar en un proyecto teatral ante 
el ostracismo al que le ha sometido la industria del cine español: en 
los últimos tres años, únicamente Pedro Almodóvar le ha dado trabajo, un
 papel en Los amantes pasajeros. El resto de proyectos en los 
que ha participado se reduce a cortometrajes, una curiosa interrupción 
en la carrera de uno de los actores más conocidos del cine español.
Lo malo es esa sensación de aislamiento cuando uno cae en desgracia. 
El miedo está instalado también en la industria del cine. Existe un 
cierto desánimo y un aire de comprensión cobarde. “Es que hay que 
entender cómo es Willy”, es el tipo de comentarios que se puede escuchar
 desde dentro de la profesión, una manera de apartarse del apestado y de
 justificar que el actor tenga que irse de este país a buscarse la vida.
 Y un acto de fariseísmo sonrojante: si el que se marcha es un 
científico, es una vergüenza, la prueba máxima de lo mal que va España; 
si el que se larga es un actor, ni siquiera se le tiende un puente de 
plata, sino que se le remata.
La prueba de ese remate la volvemos a ver en Esperanza Aguirre, 
experta en señalar con el dedo a quienes no le ríen la gracia. Ya lo 
hizo con El Gran Wyoming y ahora vuelve a por Willy Toledo. Se puede ver
 en el siguiente vídeo, con la lideresa jaleando a uno de sus voceros 
pelotas, que le espeta a una manifestante que se vaya a Cuba con Willy 
Toledo.
El actor ha quedado convertido en un icono del rencor más cainita, 
del odio más irracional. Poco importa ya si se está de acuerdo o no con 
sus opiniones políticas porque es un problema de libertad de expresión. Y
 de ensañamiento con un actor que lo único que hace es participar en 
películas, expresar sus opiniones en los medios y manifestarse. No 
contentos con el drama de que el paro expulse a la gente fuera (sean 
científicos, actores o licenciados en busca de trabajo), muchos medios 
de comunicación aplauden esta situación cuando se trata de determinadas 
personas. Y los demás a reírles la gracia o hacer como el chiste de 
Gila, a unirse en el linchamiento.
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