Por A. S. Yhanes
Aunque nació y creció en EE.UU.,
la documentalista Catherine Murphy parece más cubana que muchos
cubanos. Más allá de los genes que heredó de su bisabuela —nacida en la
Isla—, el hecho de haber estudiado Sociología aquí durante los años más
duros del periodo especial la hicieron aplatanarse. En esa época montó
bicicleta, padeció apagones y llegó a comer tanta malanga que pasaron
años antes de que volviese a probarla. Otros hubiesen asumido esa
situación con una mueca de fatalidad; ella, en cambio, descubrió su
vocación por el cine documental.
“Estaba estudiando —cuenta—, tenía el aprendizaje formal de la
academia que es muy importante, pero en ese tiempo de escasez tuve
muchas enseñanzas. A pesar de tantas dificultades cotidianas, pude
constatar cuán poco se necesita para ser feliz. Todos tenemos
necesidades básicas y debemos construir un mundo donde las tengamos
cubiertas. Pero lo demás no es tan importante, incluso, a veces nos hace
desviar el camino de la verdadera felicidad. Eso lo aprendí viviendo el
periodo especial en Cuba, viendo cómo la gente compartía lo poco que
tenía”.
De esa época sacó los testimonios que luego conformarían su documental Maestras.
Un filme donde se cuentan las experiencias de 50 mujeres
alfabetizadoras. La realizadora, además de presentarlo en la 34 edición
del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, comentó sobre él en la Jornada Cubana por la No Violencia contra las Mujeres y las Niñas.
“El documental trata de la Campaña de Alfabetización, de la educación
como proceso transformador. Pero, más allá de eso, su esencia tiene que
ver con el camino a la verdadera felicidad: dar una parte de uno mismo a
algo más grande. Estas mujeres, que todavía se iluminan cuando hablan
de aquellos años, están iluminadas, porque han construido sus vidas
basadas en el acto de dar, de compartir; más que en el recibir y el
tener. Ellas pudieron disfrutar desde muy jóvenes la importancia de
entregar la vida a algo más grande que ellas mismas. Eso tiene infinitas
lecciones para todos nosotros”.
Igual que el resto de los participantes en la Jornada, Catherine
Murphy considera que la violencia contra la mujer ha sido un fenómeno
poco visible durante demasiado tiempo, por eso es vital comenzar a
hablar de ello y verlo como un problema de todos. De las muchas formas
de violencia que existen, el analfabetismo es una de las peores,
explica, pues la UNESCO estima que hay 700 millones de personas adultas
analfabetas en el mundo y dos terceras partes de ellas son mujeres. De
modo que, quitarles la posibilidad de estudiar, también es una forma de
violencia contra las mujeres y las niñas.
Por eso, escogió un momento tan importante para la historia de Cuba
como la Campaña de Alfabetización de 1961, pues, además del evidente
beneficio educacional, por primera vez las muchachas comenzaron a romper
barreras que nunca antes se habían atrevido a transgredir:
“Cuando los varones dijeron en sus casas que iban a alfabetizar, casi
todos recibieron el apoyo de sus padres, es más, debían ir allí y
hacerse hombres. En cambio, muy pocos padres estuvieron de acuerdo con
que sus niñas fueran a las montañas, aunque fuesen revolucionaros y
apoyaran la Campaña. Además de una preocupación comprensible, la
negativa también tenía que ver con que ellas estaban violentando muchos
esquemas de género.
“Pero esas muchachas no se quedaron cruzadas de brazos, negociaron su
autonomía y comenzaron un proceso colectivo de negociación, lucharon un
espacio que no existía para las mujeres cubanas hasta ese momento.
Comenzaron a verse a sí mismas y al mundo de manera distinta, en cuanto a
sus capacidades, posibilidades u oportunidades en la vida. Ninguna de
estas mujeres volvió al espacio reducido que la sociedad les había
asignado. Muchas estudiaron y se hicieron sicólogas, arquitectas,
actrices. Volvieron a nacer como personas y como mujeres. Es fundamental
entender la historia de la alfabetización en Cuba, no solo como el
proceso educativo tan importante que fue, sino también como un proceso
que marcó un antes y un después para la mujer cubana”.
Sin embargo, ahora, cuando muestra la obra como un producto acabado,
reconoce que muchos hombres alfabetizadores sienten que los han dejado
fuera.
“Al principio, yo pensaba: ‘¿Ven lo que se siente?’ —confiesa—. Luego
comprendí que no era justo, porque ellos no están asumiendo una
posición de poder, sino que sienten que la alfabetización también los
transformó y fue un momento muy importante en sus vidas. De alguna
manera, esa experiencia modificó su concepción de género, porque el
magisterio siempre se asoció a las mujeres. Es por eso que a estos
hombres les duele no poder compartir sus vivencias y no es justo dejar
de escucharlos.
“A fin de cuentas, hace mucho tiempo que las mujeres somos
conscientes de que necesitamos un mundo diferente, con muchas más
oportunidades, pero los hombres también las necesitan. Estamos juntos en
esto, somos una misma humanidad y tenemos que renacer de ambas partes.
Ellos también merecen la posibilidad de ser otro tipo de hombres. Aunque
el patrón tradicional los ha favorecido en cuanto al poder, al mismo
tiempo los ha limitado mucho”.
Esta carencia la descubrió mientras exhibía el documental entre jóvenes de barrios marginales de EE.UU.
Comprendió que en estos lugares tanto niñas como varones viven
enajenados y necesitan conocer modelos de conducta. Fue allí, en un aula
pobre llena de adolescentes, donde se comprometió a hacer un nuevo
documental que incluyera los dos puntos de vista.
Esta preocupación por dar voz a aquellos que no tienen se la debe,
principalmente, a sus padres. Además, Catherine nació en un momento de
la historia de EE.UU.
en el que muchos pensaron que estaban construyendo una sociedad más
justa, sin guerras, segregación racial o discriminación hacia las
mujeres: “Era un momento de mucho activismo y optimismo. Crecí en la
creencia de que se avecinaba un mundo mejor.
“Por otra parte, venir a estudiar a Cuba me dio ejemplos concretos.
No quiero decir que este país sea perfecto, pero fue una experiencia muy
enriquecedora vivir en una sociedad que escogió un camino diferente. Vi
otro tipo de mundo en construcción, por eso sé que puede hacerse. A
pesar del momento difícil que está viviendo el mundo y de los grandes
retos que tiene Cuba, los testimonios de la Campaña de Alfabetización y
todo lo que se logró, es un ejemplo muy concreto de lo que se puede
hacer”.
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