Tomado de la Revista Cultural Cubana La Jiribilla.
Por Fidel Díaz Castro.
Todos los años se escoge para la gala inaugural del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana
una obra de interés o connotación especial de las que compiten en el
certamen. Para esta 34 edición fue seleccionado el documental Silvio Rodríguez, Ojalá,
del joven realizador español Nico García. Me contó un amigo involucrado
en la organización del programa, que cuando se dijo que, tras las
palabras de apertura de Alfredo Guevara, habría un concierto nada menos que de los Van Van
y con Fito Páez como invitado, saltaron todos de alegría. Cuando se
anunció que, tras el concierto, se proyectaría el documental hubo mutis,
todos se miraron con cara de “qué disparate” y flotó a coro en sus
mentes la pregunta: “¿quién se va a quedar a ver nada, tras el paso
arrollador del tren musical cubano? Es como ir de una fiesta a un
velorio”. Como era de suponer, fue un espectáculo inolvidable; como
siempre, los muchachos de Formell pusieron a bailar en pleno al teatro
Karl Marx y ese grande de América que es Fito, alegre, cubaneando,
bailando, improvisando con gracia en abrazo vanvanero resultó un regalo.
Y, lo increíble: tras aquella fiesta, nadie se movió. Los que dudaron
—entre ellos mi amigo— terminaron afirmando, “la verdad que Silvio es
Silvio”.
Si bien es ya un gran reconocimiento abrir una edición del Festival del Nuevo Latinoamericano de La Habana, y por ende premier por todo lo alto, la presentación del documental se realizó este miércoles 12 de diciembre en la sala Glauber Rocha,
de la Fundación, con la presencia del equipo de realización y Silvio
Rodríguez, quien acaba de regresar de su gira por Argentina, Uruguay y Chile.
Tras las palabras de Víctor Casaus, el documental Silvio Rodríguez, Ojalá.
El título obedece más a la predilección del realizador por esa pieza,
sin duda un himno espiritual (al menos en el mundo de habla hispana),
que a una intención de sintetizar en él las esencias de la obra
cinematográfica. Muchos son los caminos que aborda este documental, pero
el eje sobre el cual gravita la obra es el concepto de Silvio acerca
del creador y el ser humano, en relación natural con su pueblo.
La gira por los barrios —que parece ser ya un proyecto de por vida
del trovador—, es el hilo conductor del documental. Múltiples planos nos
van mostrando a Cuba, con sus precariedades y sus rincones más pobres,
que contienen también la alegría de los pioneros, la musicalidad en el
andar de la gente, la riqueza de esa cultura natural; desde ellos la
belleza humana, el amor que se desata en esos barrios periféricos cuando
Silvio está cantando. Un coro común poético expresa sueños y
frustraciones, la gente se abraza, llora, está pasando la Patria por las
venas de todos. El trovador tan tildado y hasta acusado por algunos de
hermético, de “poético en demasía” (como si pudiera haber exceso de
arte), de usar un lenguaje muy elevado para el pueblo, se funde
plenamente entre los más humildes. A los que siempre han esgrimido esos
argumentos jaboneros de que la trova no es asimilada por la población al
ser una expresión “culta” para “elites”, basta ver cómo varias
generaciones de cubanos han hecho suya la “Canción del elegido” que es
una de las piezas más enigmáticas, por el alto vuelo metafórico.
Incluso, recuerdo que “iba matando canallas” extraída de los versos
finales de la canción se convirtió en una expresión popular, que expresa
algo así como una virtud arrasadora.
El documental se va adentrando en Silvio, biográfica y
conceptualmente, como dos caminos paralelos que emergen de la entrevista
al trovador. Anécdotas del servicio militar, cuando en las noches
saltaba por una ventana con su guitarra y se alejaba un par de
kilómetros en el monte para que la música no lo delatara; de sus días en
Angola, del
récord que constituye haberse licenciado del ejército un día y al
siguiente (literalmente) aparecer por vez primera en la televisión, nos
van adentrando en los caminos, donde el talento y el azar
confluyen.
“Yo no pensaba dedicarme a cantar, yo empecé a hacer canciones porque
me gustaba la música y tenía una guitarra y estaba muy aburrido en el
ejército”. Dice Silvio y recuerda que cuando se presentó en la TV, un
músico importante o productor se le acercó y le preguntó con gravedad de
quién eran las canciones que él había cantado. Cuando contestó que eran
suyas, el hombre recalcó: “¿Seguro que no las has escuchado en otro
lugar?” y fue tal el asombro de su interlocutor que él mismo se dijo
para sí: “¿Las habré escuchado a otros?”
Son muchos los entrevistados en el documental que se refieren a
diversas aristas de Silvio Rodríguez, claro que no falta la genialidad
de uno de los hacedores de canciones más importantes de la música
universal, pero también de la eticidad y la coherencia con que ha
llevado su vida-obra.
Sara González, a quien está dedicado el documental dice: “Silvio
puede tener la voz que quiera: la menor, la máxima, pero como él dice
sus canciones no las dice nadie. Él es único en su forma de
interpretar”. También recalca Sara algo en lo que coincide con otros
grandes cantautores como Luis Eduardo Aute
y Paco Ibañez, entrevistados también y es el concepto de trovador,
como un ser humano, hacer canciones como una labor igual que otra,
contrapuesto a ese glamour y nube de estrellato en que el
sistema mediático universal coloca a los músicos. El cantor como parte
del pueblo, contando, cantando las esencias de sus vidas, y ese concepto
lo va desmenuzando el propio documental con los diversos momentos de la
gira por los barrios.
Silvio cuenta la importancia de encontrarse con Pablo Milanés, quien fue
más que un hermano, fue la interacción creativa y vivencial. Aparece
entonces la anécdota de cuando Omara Portuondo los presentó en los pasillos del ICRT.
Especial impacto ver a Silvio y Pablo (creo que la imagen corresponde a
un concierto en Madrid) cantando juntos “Rabo de nube”.
“Se conocieron y para mí era lo más importante, porque eran jóvenes
que traían maneras nuevas de hacer la música… ese fue para mí un momento
muy especial”. Dice Omara quien también entona “La era está pariendo un
corazón”. Esa gran cantora, con su exquisita sensibilidad, siendo ya
una gran figura, pudo ver en estos muchachos el relevo de la trova
cubana, ayudándolos también cuando puso su voz a esas nuevas canciones.
Y, muy a propósito, otro grande de la música universal, Chucho Valdés,
quien acompañó a Silvio en históricos conciertos en el Estadio Nacional
de Chile y el Estadio Latinoamericano de La Habana
dice: “Silvio ha sido generoso. Ha apoyado a todos los talentos
jóvenes, ha facilitado el estudio y eso es su aporte. Ahí se ve cuándo
son verdaderamente grandes los genios, cuando son capaces de hacer cosas
como esa”.
De aquí paso a mi vivencia, concierto en La Timba, Silvio hace su
parte y le entrega el escenario a un joven trovador Tony Ávila, como
hace más de 20 años hizo con Carlos Varela y Santiaguito Feliú.
Una y otra vez se retorna a los conciertos en los barrios, a las
entrevistas. Otra importante músico, Niurka González, quien echa a un
lado el ser también compañera en la vida de Silvio, lo describe desde su
visión humana, pero como compañera de conciertos, resaltando esa
interacción con la gente, sin crear barreras de fama, ni nada que se le
parezca; del placer que siente el trovador por ir hasta los rincones más
apartados a entregarse a los seres que más necesitan el abrazo poético.
Y, en especial, esa capacidad de asombro, de preguntarse todo, que
Silvio no pierde, como eterno descubridor de los días.
Momentos como la travesía en el buque pesquero Playa Girón, o aquel primer concierto de la Nueva Trova
marcan puntos importantes en el documental. Ocurrió en la sala Che
Guevara de la Casa de las Américas el 18 de febrero de 1968. (Ojo, el
próximo 18 de febrero es el 45 aniversario). Un año antes se había
celebrado el primer encuentro de la Canción Protesta allí mismo,
cantores de todo el mundo se encontraron y quedó tejido un movimiento
que se venía expresando de forma dispersa. Cuenta Silvio que ante tal
motivo, le preguntó a Pablito, cuántas canciones protesta tenía.
Contestó que ninguna, y él dijo: “Pues yo tampoco”. Realmente Silvio,
Noel y Pablo tenían entonces solo unas cuentas composiciones, a tal
punto que cuando avanzó el concierto se les acabaron. El público pedía
otra y otra... y no había más, de tal suerte que en el auditorio estaban
Vicente Feliú, Martín Rojas y Eduardo Ramos, que también traían las
suyas.
“Éramos sangre nueva, veníamos a romper esquemas. Como hacen todas
las generaciones, no es nada nuevo, ahora lo hacen también y lo van a
seguir haciendo”.Dice Silvio en la entrevista, y uno de esos de ahora,
Tony Ávila, se refiere a sus padres trovadorescos:
“Silvio junto con Pablo Milanés marcaron, pusieron un muro, hasta aquí… de ahí en adelante pasó algo distinto: la canción cambió, la poética fue otra, las temáticas que abordaron, las preocupaciones a las que se refirieron, cómo ellos enfocaron y vieron la realidad cubana, trajo un nuevo decir, a su modo… y fueron cuestionados…”
Luego Silvio se refiere a ese cuestionamiento, y confiesa que ni por
asomo eso lo podía destruir, pues desde muy temprano tuvo un pensamiento
raigal: “Mi país es más importante que yo. Se trata de no olvidar eso”.
Muchísimas son las opiniones, anécdotas, imágenes, incluso fotos
—algunas de ellas inéditas—, que nos van adentrando en Silvio Rodríguez,
o en algunas de sus aristas, más allá de las leyendas (algunas negras)
que le han tejido fanáticos y enemigos. A descorrer parte de esos velos
neblinosos nos ayuda esta obra; nos da abundantes elementos biográficos
pero, sobre todo, las razones y el sentido de su creación, estrechamente
unido a las razones y el sentido de vivir; con la sencillez y el
sentido de la utilidad de la virtud martiana.
Retornan a la pantalla las imágenes de los barrios, todos cantando
“Ojalá” con él. Se funde el trovador con su pueblo, qué más grandeza o
premio puede alcanzarse, parece confirmarnos Silvio cuando canta...
“ojalá por lo menos que me lleve la muerte
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas la visiones...”
y en la pausa señala con un gesto al público para que sea él quien cierre cantando a coro:
“ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.”
Cierra el documental con un cintillo que le dedica la obra a Sara
González, el público en la sala aplaude y ruedan los créditos, mientras
Silvio aparece en un estudio de televisión cantando “Te doy una
canción”, y es entonces otra zona del pueblo, la de los presentes en la
sala, la que canta con él.
“Te doy una canción y digo Patria, y sigo hablando para mí...”
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