| En 1939 planificadores estadunidenses calcularon que fuera cual fuese el resultado de la Segunda Guerra, Estados Unidos se convertiría en una potencia global, señaló ChomskyFoto Marco Peláez | 
Por Blanche Petrich.
¿Qué lecciones nos han dejado dos décadas de una realidad mundial unipolar?
Noam Chomsky disertó ayer por la tarde largamente sobre esta pregunta
 y dejó en oídos del auditorio ideas sorprendentes, en una conferencia 
magistral en la Sala Nezahualcóyotl, transmitida en vivo por TV Unam y 
12 televisoras públicas y universitarias que se enlazaron para enviar la
 señal a Aguascalientes, Hidalgo, Michoacán, Morelos, Puebla, Quintana 
Roo, San Luis Potosí, Tlaxcala, Yucatán, Durango y Nuevo León, además de
 por La Jornada on line.
Ideas sorprendentes como la de Barack Obama, presidente de Estados 
Unidos, descrito como una mercancía con una mercadotecnia tan exitosa, 
que el año pasado mereció el primer lugar en campañas promocionales por 
parte de la industria de la publicidad. Más famoso que las computadoras 
Apple. Tan vendible como una pasta de dientes o un fármaco.
O la idea de que la invasión estadunidense a Panamá, en 1989, hoy 
apenas una nota a pie de página para muchos, fue en realidad la señal de
 que Washington iniciaba, a través de la ficción de la guerra contra 
las drogas, una nueva etapa de dominación, cuando apenas habían pasado 
algunas semanas de la caída del Muro de Berlín.
O bien, un dato puntual, asombroso: la 
preocupaciónmanifestada en 1990, en un taller de desarrollo de estrategias para América Latina en el Pentágono, de que una eventual
apertura democráticaen México osara desafiar a Estados Unidos. La solución propuesta fue imponer a nuestro país un tratado que lo atara de manos con las reformas neoliberales. La propuesta se materializó en el Tratado de Libre Comercio (TLC), que entró en vigor en 1994.
Así, la reseña de Chomsky de las dos últimas dos décadas llegó al 
momento actual, al proceso de remilitarización de América Latina con 
siete nuevas bases en Colombia y la reactivación de la Cuarta Flota de 
su armada.
Todo, para aterrizar en la visión de un continente, el nuestro, que pese a todo 
comienza a liberarse por sí solo de este yugo, con gobiernos que desafían las directrices de Washington, pero sobre todo con movimientos populares de masas de gran significación.
Congruente con esta importancia que Chomsky da a los procesos 
sociales y a su constante llamado a visibilizar a sus protagonistas, al 
concluir su conferencia magistral y una entrevista con TV Unam, el 
académico todavía tuvo fuerzas para encontrarse brevemente con Trinidad 
Ramírez, dirigente del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de San
 Salvador Atenco, esposa del preso político Ignacio del Valle, la cual 
agradeció al conferencista que fuera firmante de la segunda campaña por 
la libertad de 11 presos, le regaló su paliacate rojo y, por supuesto, 
también su machete.
Enseguida se reproducen las palabras de Noam Chomsky en la sala Nezahualcóyotl:
Al pensar en cuestiones internacionales, es útil tener presentes 
varios principios de generalidad e importancia considerables. El primero
 es la máxima de Tucídides: 
Los fuertes hacen lo que quieren, y los débiles sufren como es menester. Esto tiene un importante corolario: todo Estado poderoso descansa en especialistas en apologética, cuya tarea es mostrar que lo que hacen los fuertes es noble y justo y lo que sufren los débiles es su culpa. En el Occidente contemporáneo a estos especialistas se les llama
intelectualesy, con excepciones marginales, cumplen su tarea asignada con habilidad y sentimientos de superioridad moral, pese a lo disparatado de sus alegatos. Su práctica se remonta a los orígenes de la historia de la que tenemos registro.
Los 
principales arquitectos
Un segundo punto, que no hay que olvidar, lo expresó Adam
 Smith. Él se refería a Inglaterra, la potencia más grande de su tiempo,
 pero sus observaciones son generalizables. Smith observaba que los 
principales arquitectosde políticas públicas en Inglaterra eran los
comerciantes y los fabricantes, quienes se aseguraban de que sus intereses fueran bien servidos por tales políticas, por
gravosoque fuera el efecto en otros –incluido el pueblo de Inglaterra– y pese a la severidad que tuvieran para quienes sufren
la salvaje injusticia de los europeosen otras partes.
Smith fue una de esas raras figuras que se apartaron de la práctica 
normal de retratar a Inglaterra como una potencia angelical, única en la
 historia del mundo, dedicada sin egoísmo al bienestar de los bárbaros. 
Un ejemplo revelador, en estos términos exactos, es un ensayo clásico de
 John Stuart Mill, uno de los más decentes e inteligentes intelectuales 
occidentales, en el que explicaba por qué Inglaterra tenía que culminar 
su conquista de la India en aras de los más puros fines humanitarios. Lo
 escribió justo en el momento de mayores atrocidades de Inglaterra en la
 India, cuando el verdadero fin de una mayor conquista era permitir a 
Inglaterra apoderarse del monopolio del opio y establecer la más 
extraordinaria empresa de narcotráfico en la historia mundial, y así 
obligar a China, con lanchas cañoneras y venenos, a aceptar las 
mercancías de fabricación británicas, que China no quería.
La plegaria de Mill es la norma cultural. La máxima de Smith es la norma histórica.
Hoy, los principales arquitectos de las políticas públicas no son los 
comerciantes y los fabricantes, sino las instituciones financieras y las corporaciones trasnacionales.
Una refinada versión actual de la máxima de Smith es 
la teoría de la inversión en política, desarrollada por el economista político Thomas Ferguson, la cual considera que las elecciones son la ocasión para que grupos de inversionistas se unan con el fin de controlar el Estado, en esencia comprando las elecciones.
Como muestra Ferguson, esta teoría es un mecanismo muy bueno para predecir políticas públicas durante un periodo largo.
Entonces, para lo ocurrido en 2008 debimos haber anticipado que los 
intereses de las industrias financieras tendrían prioridad para el 
gobierno de Obama. Fueron sus principales provedoras de fondos y se 
inclinaron mucho más por Obama que por McCain. Y así resultó ser. El 
semanario de negocios Business Week se ufana ahora de que la 
industria de las aseguradoras ganó la batalla por la atención a la 
salud, y de que las instituciones financieras que crearon la crisis 
actual emergen incólumes y aun fortalecidas, tras un enorme rescate 
público –lo que acomoda el escenario para la siguiente crisis–, apuntan 
los editores. Y añaden que otras corporaciones aprendieron valiosas 
lecciones de estos triunfos y ahora organizan grandes campañas para 
frenar la aprobación de cualquier medida relacionada con energía y 
conservación (por suave que sea), con pleno conocimiento de que frenar 
esas medidas negará a sus nietos cualquier posibilidad de supervivencia 
decente. Por supuesto, no es que sean malas personas, ni son ignorantes.
 Ocurre que las decisiones son imperativos institucionales. Quienes 
deciden no seguir las reglas son excluidos, a veces en formas muy 
notables.
Las elecciones en Estados Unidos son montajes espectaculares (extravaganzas),
 conducidos por la enorme industria de las relaciones públicas que 
floreció hace un siglo en los países más libres del mundo, Inglaterra y 
Estados Unidos, donde las luchas populares habían ganado la suficiente 
libertad para que el público ya no tan fácilmente fuera controlado por 
la fuerza. Entonces, los arquitectos de las políticas públicas se dieron
 cuenta de que iba a ser necesario controlar las actitudes y las 
opiniones. Uno de los elementos de la tarea era controlar las 
elecciones.
Estados Unidos no es una 
democracia guiadacomo Irán, donde los candidatos requieren la aprobación de los clérigos imperantes. En sociedades libres, como Estados Unidos, son las concentraciones de capital las que aprueban candidatos y, entre quienes pasan por el filtro, los resultados terminan casi siempre determinados por los gastos de campaña.
Los operadores políticos están siempre muy conscientes de que con 
frecuencia el público disiente profundamente, en algunos puntos, de los 
arquitectos de las políticas públicas. Entonces, las campañas 
electorales evitan ahondar en cualquier punto y favorecen las consignas,
 las florituras de oratoria, las personalidades y el chismorreo. Cada 
año la industria de la publicidad otorga un premio a la mejor campaña 
promocional del año. En 2008 el premio se lo llevó la campaña de Obama, 
derrotando incluso a las computadoras Apple. Los ejecutivos estaban 
eufóricos. Se ufanaban abiertamente de que éste era su éxito más grande 
desde que comenzaron a promocionar candidatos cual si fueran pasta de 
dientes o fármacos que asocian con estilos de vida, técnicas que 
cobraron fuerza durante el periodo neoliberal, primero que nada con 
Reagan.
En los cursos de economía, uno aprende que los mercados se basan en 
consumidores informados que eligen racionalmente sus opciones. Pero 
quien mire un anuncio de televisión sabe que las empresas destinan 
enormes recursos a crear consumidores uniformados que eligen 
irracionalmente sus opciones. Los mismos dispositivos utilizados para 
derruir mercados se adaptan al objetivo de socavar la democracia, 
creando votantes desinformados que tomarán decisiones irracionales a 
partir de una limitada serie de opciones compatibles con los intereses 
de los dos partidos, que a lo sumo son facciones competidoras de un solo
 partido empresarial.
Tanto en el mundo de los negocios como en el político, los 
arquitectos de las políticas públicas son constantemente hostiles con 
los mercados y con la democracia, excepto cuando buscan ventajas 
temporales. Por supuesto, la retórica puede decir otra cosa, pero los 
hechos son bastante claros.
La máxima de Adam Smith tiene algunas excepciones, que son muy 
instructivas. Un ejemplo contemporáneo importante son las políticas de 
Washington hacia Cuba desde que ésta obtuvo su independencia, hace 50 
años. Estados Unidos es una sociedad que goza de una libertad poco 
común, así que contamos con buen acceso a los registros internos que 
revelan el pensamiento y los planes de los arquitectos de las políticas 
públicas. A los pocos meses de la independencia de Cuba, el gobierno de 
Eisenhower formuló planes secretos para derrocar al régimen e inició 
programas de guerra económica y de terrorismo, cuya escala fue aumentada
 bruscamente por Kennedy, y que continúan en varias formas hasta 
nuestros días. Desde el inicio, la intención explícita fue castigar lo 
suficiente al pueblo cubano para que derrocara al régimen 
criminal. Su crimen era haber
logrado desafiarpolíticas estadunidenses que databan de la década de 1820, cuando la doctrina Monroe declaró la intención estadunidense de dominar el hemisferio occidental sin tolerar interferencia alguna de fuera ni de dentro.
Aunque las políticas bipartidistas hacia Cuba concuerdan con la 
máxima de Tucídides, entran en conflicto con el principio de Adam Smith,
 y como tales nos brindan una mirada especial sobre cómo se configuran 
las políticas. Durante décadas, el pueblo estadunidense ha favorecido la
 normalización de relaciones con Cuba. Desatender la voluntad de la 
población es normal, pero en este caso es más interesante que sectores 
poderosos del mundo de los negocios favorezcan también la normalización:
 las agroempresas, las corporaciones farmacéuticas y de energía, y otros
 que comúnmente fijan los marcos de trabajo básicos para la construcción
 de políticas. En este caso sus intereses son atropellados por un 
principio de los asuntos internacionales que no recibe el reconocimiento
 apropiado en los tratados académicos en la materia: podríamos llamarlo 
el principio de la Mafia. El Padrino no tolera que nadie lo
desafíe y se salga con la suya, ni siquiera el pequeño tendero que no puede pagarle protección. Es muy peligroso. Debe, por tanto, erradicarse brutalmente, de tal modo que otros entiendan que desobedecer no es opción. Que alguien
logre desafiaral Amo puede volverse un
virusque
disemine el contagio, por tomar prestado el término usado por Kissinger cuando se preparaba a derrocar el gobierno de Allende.
Ésa ha sido una doctrina principal en la política exterior 
estadunidense durante el periodo de su dominio global y, por supuesto, 
tiene muchos precedentes. Otro ejemplo, que no tengo tiempo de revisar 
aquí, es la política estadunidense hacia Irán a partir de 1979.
Tomó su tiempo cumplir los objetivos plasmados en la doctrina Monroe,
 y algunos de éstos siguen topándose con muchos impedimentos. El fin 
último perdura y es incuestionable. Adquirió mucho mayor significación 
cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en 
una potencia global dominante y desplazó a su rival británico. La 
justificación se ha analizado con lucidez.
Por ejemplo, cuando Washington se preparaba para derrocar al 
gobierno de Allende, el Consejo de Seguridad Nacional puntualizó que si 
Estados Unidos no lograba controlar América Latina, no podría esperar 
consolidar un orden en ninguna parte del mundo, es decir, imponer con eficacia su dominio sobre el planeta. La
credibilidadde la Casa Blanca se vería socavada, como lo expresó Henry Kissinger. Otros también podrían intentar
salirse con la suya en el desafíosi el
viruschileno no era destruido antes de que
diseminara el contagio. Por tanto, la democracia parlamentaria en Chile tuvo que irse, y así ocurrió el primer 11 de septiembre, en 1973, que está borrado de la historia en Occidente, aunque en términos de consecuencias para Chile y más allá sobrepase, por mucho, los terribles crímenes del 11 de septiembre de 2001.
Aunque las máximas de Tucídides y Smith, y el principio de la Mafia, 
no dan cuenta de todas las decisiones de política exterior, cubren una 
gama bastante amplia, como también lo hace el corolario referente al 
papel de los intelectuales. No son el final de la sabiduría, pero se 
encaminan a él.
Con el contexto proporcionado hasta el momento, miremos el 
momento unipolar, que es el tópico de gran cantidad de discusiones académicas y populares desde que se colapsó la Unión Soviética, hace 20 años, dejando a Estados Unidos como la única superpotencia global en vez de ser sólo la primera superpotencia, como antes. Aprendemos mucho acerca de la naturaleza de la guerra fría, y del desarrollo de los acontecimientos desde entonces, mirando cómo reacciona Washington a la desaparición de su enemigo global, esa
conspiración monolítica y despiadadapara apoderarse del mundo, como la describía Kennedy.
Unas semanas después de la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos 
invadió Panamá. El propósito era secuestrar a un delincuente menor, que 
fue llevado a Florida y sentenciado por crímenes que había cometido, en 
gran medida, mientras cobraba en la CIA. De valioso amigo se convirtió 
en demonio malvado por intentar adoptar una actitud desafiante y salirse
 con la suya, al andarse con pies de plomo en el apoyo a las guerras 
terroristas de Reagan en Nicaragua.
La invasión mató a varios miles de personas pobres en Panamá, según 
fuentes panameñas, y reinstauró el dominio de los banqueros y 
narcotraficantes ligados a Estados Unidos. Fue apenas algo más que una 
nota de pie de página en la historia, pero en algunos aspectos rompió la
 tendencia. Uno de ellos fue que se hizo necesario contar con un nuevo 
pretexto, y éste llegó rápido: la amenaza de narcotraficantes de origen 
latino que buscan destruir a Estados Unidos. Richard Nixon ya había 
declarado la 
guerra contra las drogas, pero ésta asumió un nuevo y significativo papel durante el momento unipolar.
Sofisticación tecnológicaen el tercer mundo
La necesidad de un nuevo pretexto guió también la 
reacción oficial en Washington ante el colapso de la superpotencia 
enemiga. El gobierno de Bush padre trazó el nuevo rumbo a los pocos 
meses: en resumidas cuentas, todo se mantendrá bastante igual, pero 
tendremos nuevos pretextos. Todavía requerimos de un enorme sistema 
militar, pero ahora hay un nuevo justificante: la 
sofisticación tecnológicade las potencias del tercer mundo. Tenemos que mantener la
base industrial de defensa, eufemismo para describir la industria de alta tecnología apoyada por el Estado. Debemos mantener fuerzas de intervención dirigidas a las regiones ricas en energéticos de Medio Oriente, donde no
haríamos responsable al Kremlinde las amenazas significativas a nuestros intereses, a diferencia de las décadas de engaño cuando eso ocurría.
Todo lo anterior pasó muy en silencio, apenas si se notó. Pero para 
quienes confían en entender el mundo, es bastante ilustrativo.
Como pretexto para una intervención, fue útil invocar una 
guerra a las drogas, pero como pretexto es muy estrecho. Se necesitaba uno de más arrastre. Rápidamente las elites se volcaron a la tarea y cumplieron su misión. Declararon una
revolución normativaque confería a Estados Unidos el derecho a una
intervención por razones humanitariasescogida por definición, por la más noble de las razones.
Para expresarlo con sutileza, ni las víctimas tradicionales se 
inmutaron. Las conferencias de alto nivel en el Sur global condenaron 
con amargura “el así llamado ‘derecho’ a una intervención humanitaria”. 
Era necesario un refinamiento adicional, por lo que se diseñó el 
concepto de 
responsabilidad de proteger. Quienes prestan atención a la historia no se sorprenderán al descubrir que las potencias occidentales ejercen su
responsabilidad de protegerde modo muy selectivo, en adherencia estricta a las tres máximas descritas. Los hechos perturban de tan obvios, y requieren considerable agilidad de las clases intelectuales: otra reveladora historia que debo dejar de lado.
Conforme el momento unipolar se iluminó, otra cuestión que se puso al
 frente fue el destino de la OTAN. La justificación tradicional para la 
organización era la defensa contra las agresiones soviéticas. Al 
desaparecer la Unión Soviética se evaporó el pretexto. Las almas 
ingenuas, que tienen fe en las doctrinas del momento, habrían esperado 
que la OTAN desapareciera también; por el contrario, se expandió con 
rapidez. Los detalles revelan mucho acerca de la guerra fría y de lo que siguió. A nivel más general revelan cómo se forman y ejecutan las políticas de los estados.
A medida que se colapsó la Unión Soviética, Mijail Gorbachov hizo una
 pasmosa concesión: permitió que una Alemania unificada se uniera a una 
alianza militar hostil encabezada por la superpotencia global, pese a 
que Alemania por sí sola casi había destruido Rusia en dos ocasiones 
durante el siglo XX. Sin embargo, fue un quid pro quo, 
un esto por aquello, una reciprocidad. El gobierno de Bush prometió a Gorbachov que la OTAN no se extendería a Alemania oriental, y que desde luego no llegaría más al oriente. También le aseguró al mandatario soviético
que la organización se transformaría en un ente más político. Gorbachov propuso también una zona libre de armas nucleares desde el Ártico al Mar Negro, un paso hacia una
zona de pazque eliminara cualquier amenaza a Europa occidental u oriental. Tal propuesta se pasó por alto sin consideración alguna.
Poco después llegó Bill Clinton al cargo. Muy pronto se desvanecieron
 los compromisos de Washington. No es necesario abundar sobre la promesa
 de que la OTAN se convertiría en un ente más político. Clinton expandió
 la organización hacia el este, y Bush fue más allá. En apariencia 
Barack Obama intenta continuar la expansión.
Un día antes del primer viaje de Barack Obama a Rusia, su asistente 
especial en Seguridad Nacional y Asuntos Eurasiáticos informó a la 
prensa: 
No vamos a dar seguridades a los rusos, ni a darles ni intercambiar nada con ellos respecto de la expansión de la OTAN o la defensa con misiles.
Se refería a los programas de defensa con misiles estadunidenses en 
Europa oriental y a la posibilidad de convertir en miembros de la OTAN a
 dos vecinos de Rusia, Ucrania y Georgia. Ambos pasos eran vistos por 
los analistas occidentales como serias amenazas a la seguridad rusa, por
 lo que, de igual modo, podían inflamar las tensiones internacionales.
Ahora, la jurisdicción de la OTAN es todavía más amplia. El asesor de
 Seguridad Nacional de Obama, el comandante de Marina James Jones, hace 
llamados a que la organización se amplíe al sur y también al este, de 
modo que se refuerce el control estadunidense sobre las reservas 
energéticas de Medio Oriente. El general Jones también aboga por una 
fuerza de respuesta de OTAN, que confiera a la alianza militar encabezada por Estados Unidos
mucho mayor capacidad y flexibilidad para efectuar acciones con rapidez y en distancias muy largas, objetivo que ahora Washington se empeña en lograr en Afganistán.
El secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, informó a la conferencia de la organización que 
      
      las tropas de la alianza tienen que custodiar los ductos de crudo y gas que van directamente a Occidentey, de modo más general, proteger las rutas marinas utilizadas por los buques cisternas y otras
cruciales infraestructurasdel sistema energético. Dicha decisión expresa de forma más explícita las políticas posteriores a la guerra fría: remodelar la OTAN para volverla una fuerza de intervención global encabezada por Estados Unidos, cuya preocupación especial sea el control de los energéticos. Supuestamente, la tarea incluye la protección de un ducto de 7 mil 600 millones de dólares que conduciría gas natural de Turkmenistán a Pakistán e India, pasando por la provincia de Kandahar, en Afganistán, donde están desplegadas las tropas canadienses. La meta es
bloquear la posibilidad de que un ducto alterno brinde a Pakistán e India gas procedente de Irán, y
disminuir la dominación rusa de las exportaciones energéticas de Asia central, según informó la prensa canadiense, bosquejando con realismo algunos de los contornos del nuevo
gran juegoen el que la fuerza de intervención internacional encabezada por Estados Unidos va a ser un jugador principal.
Desde los primeros días posteriores a la guerra fría,
 se entendía que Europa occidental podría optar por un curso 
independiente, tal vez con una visión gaullista de Europa, del Atlántico
 a los Urales. En este caso el problema no es un 
virusque pueda
diseminar el contagio, sino una pandemia que podría desmantelar todo el sistema de control global. Se supone que, al menos en parte, la OTAN intenta contrarrestar esa seria amenaza. La expansión actual de la alianza, y los ambiciosos objetivos de la nueva organización, dan nuevo empuje a esos fines.
Los acontecimientos continúan atravesando el momento unipolar, 
adhiriéndose bien a los principios que rigen los asuntos 
internacionales. Más en específico, las políticas se conforman muy cerca
 de las doctrinas del orden mundial formuladas por los planificadores 
estadunidenses de alto nivel durante la Segunda Guerra Mundial. A partir
 de 1939, reconocieron que, fuera cual fuese el resultado de la guerra, 
Estados Unidos se convertiría en una potencia global y desplazaría a 
Gran Bretaña. En concordancia, desarrollaron planes para que Estados 
Unidos ejerciera control sobre una porción sustancial del planeta. Esta 
gran área, como le llaman, habría de comprender por lo menos el hemisferio occidental, el antiguo imperio británico, el Lejano Oriente y los recursos energéticos de Asia occidental. En esta gran área, Estados Unidos habría de mantener un
poder incuestionable, una
supremacía militar y económica, y actuaría para garantizar
los límites de cualquier ejercicio de soberaníapor parte de estados que pudieran interferir con sus designios globales. Al principio los planificadores pensaron que Alemania predominaría en Europa, pero conforme Rusia comenzó a demoler la Wermacht (las fuerzas armadas nazis), la visión se hizo más y más expansiva, y se buscó que la gran área incorporara la mayor extensión de Eurasia que fuera posible, por lo menos Europa occidental, el corazón económico de Eurasia.
Se desarrollaron planes detallados y racionales para la organización global, y a cada región se le asignó lo que se le llamó su 
función. Al Sur en general se le asignó un papel de servicio: proporcionar recursos, mano de obra barata, mercados, oportunidades de inversión y más tarde otros servicios, tales como recibir la exportación de desperdicios y contaminación. En ese entonces, Estados Unidos no estaba tan interesado en África, así que la pasó a Europa para que
explotarasu reconstrucción a partir de la destrucción de la guerra. Uno podría imaginar relaciones diferentes entre África y Europa a la luz de la historia, pero no se tuvieron en cuenta. En contraste, se reconoció que las reservas de petróleo de Medio Oriente eran una
estupenda fuente de poder estratégicoy uno de los
premios materiales más grandes en la historia del mundo: la más
importante de las áreas estratégicas del mundo, para ponerlo en palabras de Eisenhower. Y los planificadores se daban cuenta de que el control del crudo de Medio Oriente proporcionaría a Estados Unidos el
control sustancial del mundo.
Quienes consideran significativas las continuidades de la historia 
tal vez recuerden que los planificadores de Truman hacían eco de las 
doctrinas de los demócratas jacksonianos al momento de la anexión de 
Texas y de la conquista de medio México, un siglo antes. Tales 
predecesores anticiparon que las conquistas proporcionarían a Estados 
Unidos un virtual monopolio del algodón, el combustible de la primera 
revolución industrial: 
Ese monopolio, ahora asegurado, pone a todas las naciones a nuestros pies, declaró el presidente Tyler. En esa forma, Estados Unidos podría esquivar el
disuasivo británico, el mayor problema de esa época, y ganar influencia internacional sin precedente.
Concepciones semejantes guiaron a Washington en su política 
petrolera. De acuerdo con ella –explicaba el Consejo de Seguridad 
Nacional de Eisenhower–, Estados Unidos debe respaldar regímenes rudos y
 brutales y bloquear la democracia y el desarrollo, aunque eso provoque 
una 
campaña de odio contra nosotros, como observó el presidente Eisenhower 50 años antes de que George W. Bush preguntara en tono plañidero
por qué nos odiany concluyera que debía ser porque odiaban nuestra libertad.
Con respecto a América Latina, los planificadores posteriores a la 
Segunda Guerra Mundial concluyeron que la primera amenaza a los 
intereses estadunidenses la representan los 
regímenes radicales y nacionalistas que apelan a las masas de poblacióny buscan satisfacer la
demanda popular de mejoramiento inmediato de los bajos estándares de vida de las masasy el desarrollo a favor de las necesidades internas del país. Estas tendencias entran en conflicto con las demanda de
un clima económico y político que propicie la inversión privada, con la adecuada repatriación de las ganancias y la
protección de nuestras materias primas. Gran parte de la historia subsiguiente fluye de estas concepciones que nadie cuestiona.
TLC, 
cura recomendada
En el caso especial de México, el taller de desarrollo de
 estrategias para América Latina, celebrado en el Pentágono en 1990, 
halló que las relaciones Estados Unidos-México eran 
extraordinariamente positivas, y que no las perturbaba ni el robo de elecciones, ni la violencia de Estado, ni la tortura o el escandaloso trato dado o obreros y campesinos, ni otros detalles menores. Los participantes en el taller sí vieron una nube en el horizonte: la amenaza de “una ‘apertura a la democracia’ en México”, la cual, temían, podría
poner en el cargo a un gobierno más interesado en desafiar a Estados Unidos sobre bases económicas y nacionalistas. La cura recomendada fue un tratado Estados Unidos-México que
encerrara al vecino en su interiory proponerle las reformas neoliberales de la década de 1980, que
ataran de manos a los actuales y futuros gobiernosmexicanos en materia de políticas económicas.
En resumen, el TLCAN, impuesto puntualmente por el Poder Ejecutivo en oposición a la voluntad popular.
Y al momento en que el TLCAN entraba en vigor, en 1994, el presidente Clinton instituía también la Operación Guardián, que militarizó la frontera mexicana. Él la explicó así: 
no entregaremos nuestras fronteras a quienes desean explotar nuestra historia de compasión y justicia. No mencionó nada acerca de la compasión y la justicia que inspiraron la imposición de tales fronteras, ni explicó cómo el gran sacerdote de la globalización neoliberal entendía la observación de Adam Smith de que
la libre circulación de mano de obraes la piedra fundacional del libre comercio.
La elección del tiempo para implantar la Operación Guardián no
 fue para nada accidental. Los analistas racionales anticiparon que 
abrir México a una avalancha de exportaciones agroindustriales altamente
 subsidiadas tarde o temprano socavaría la agricultura mexicana, y que 
las empresas mexicanas no aguantarían la competencia con las enormes 
corporaciones apoyadas por el Estado que, conforme al tratado, deberían 
operar libremente en México. Una consecuencia probable sería la huída de
 muchas personas a Estados Unidos junto con quienes huyen de los países 
de Centroamérica, arrasados por el terrorismo reaganita. La 
militarización de la frontera fue un remedio natural.
Las actitudes populares hacia quienes huyen de sus países –conocidos como 
extranjeros ilegales– son complejas. Prestan servicios valiosos en su calidad de mano de obra superbarata y fácilmente explotable. En Estados Unidos las agroempresas, la construcción y otras industrias descansan sustancialmente en ellos, y ellos contribuyen a la riqueza de las comunidades en que residen. Por otra parte, despiertan tradicionales sentimientos antimigrantes, persistente y extraño rasgo en esta sociedad de migrantes que arrastra una historia de vergonzoso trato hacia ellos. Hace pocas semanas, los hermanos Kennedy fueron vitoreados como héroes estadunidenses. Pero a fines del siglo XIX los letreros de
ni perros ni irlandesesno los habrían dejado entrar a los restaurantes de Boston. Hoy los emprendedores asiáticos son una fulgurante innovación en el sector de alta tecnología. Hace un siglo, acciones racistas de exclusión impedían el acceso de asiáticos, porque se les consideraba amenazas a la pureza de la sociedad estadunidense.
Sean cuales fueren la historia y las realidades económicas, los 
inmigrantes han sido siempre percibidos por los pobres y los 
trabajadores como una amenaza a sus empleos, sus modos de vida y su 
subsistencia. Es importante tener en cuenta que la gente que hoy 
protesta con furia ha recibido agravios reales. Es víctima de los 
programas de manejo financiero de la economía y de globalización 
neoliberal, diseñados para transferir la producción hacia fuera y poner a
 los trabajadores a competir unos con otros a escala mundial, bajando 
los salarios y las prestaciones, mientras se protege de las fuerzas del 
mercado a los profesionales con estudios. Los efectos han sido severos 
desde los años de Reagan, y con frecuencia se manifiestan de modos feos y
 extremos, como muestran las primeras planas de los diarios en los días 
que corren. Los dos partidos políticos compiten por ver cuál de ellos 
puede proclamar en forma más ferviente su dedicación a la sádica 
doctrina de que se debe negar la atención a la salud a los 
extranjeros ilegales. Su postura es consistente con el principio, establecido por la Suprema Corte, de que, de acuerdo con la ley, esas criaturas no son
personas, y por tanto no son sujetos de los derechos concedidos a las personas. En este mismo momento la Suprema Corte considera la cuestión de si las corporaciones deben poder comprar elecciones abiertamente en lugar de hacerlo de modos más indirectos: asunto constitucional complejo, porque las cortes han determinado que, a diferencia de los inmigrantes indocumentados, las corporaciones son personas reales, de acuerdo con la ley, y así, de hecho, tienen derechos que rebasan los de las personas de carne y hueso, incluidos los derechos consagrados por los tan mal nombrados
acuerdos de libre comercio. Estas reveladoras coincidencias no me provocan comentario alguno. La ley es en verdad un asunto solemne y majestuoso.
El espectro de la planificación es estrecho, pero permite alguna 
variación. El gobierno de Bush II fue tan lejos, que llegó al extremo 
del militarismo agresivo y ejerció un arrogante desprecio, inclusive 
hacia sus aliados. Fue condenado duramente por estas prácticas, aun 
dentro de las corrientes principales de opinión. El segundo periodo de 
Bush fue más moderado. Algunas de sus figuras más extremistas fueron 
expulsadas: Rumsfeld, Wolfowitz, Douglas Feith y otros. A Cheney no lo 
pudieron quitar porque él era la administración. Las políticas 
comenzaron a retornar más hacia la norma. Al llegar Obama al cargo, 
Condoleeza Rice predecía que seguiría las políticas del segundo periodo 
de Bush, y eso es en gran medida lo que ha ocurrido, más allá del estilo
 retórico diferente, que parece haber encantado a buena parte del mundo…
 tal vez por el descanso que significa que Bush se haya ido.
En el punto más candente de la crisis de los misiles cubanos, un 
asesor de alto rango del gobierno de Kennedy expresó muy bien algo que 
hoy es una diferencia básica entre George Bush y Barack Obama. Los 
planificadores de Kennedy tomaban decisiones que literalmente amenazaban
 a Gran Bretaña con la aniquilación, pero sin informar a los británicos.
En ese punto, el asesor definió la 
relación especialcon el Reino Unido. “Gran Bretaña –dijo– es nuestro teniente”; el término más de moda hoy sería
socio. Gran Bretaña, por supuesto, prefiere el término en boga. Bush y sus cohortes se dirigían al mundo tratando a todos como
nuestros tenientes. Así, al anunciar la invasión de Irak, informaron a Naciones Unidas que podía obedecer las órdenes estadunidenses, o volverse
irrelevante. Es natural que una desvergonzada arrogancia así levante hostilidades.
Obama adopta un curso de acción diferente. Con afabilidad saluda a los líderes y pueblos del mundo como 
sociosy únicamente en privado continúa tratándolos como
tenientes, como
subordinados. Los líderes extranjeros prefieren con mucho esta postura, y el público en ocasiones queda hipnotizado por ella. Pero es sabio atender a los hechos, y no a la retórica o a las conductas agradables. Porque es común que los hechos cuenten una historia diferente. En este caso también.
Tecnología de la destrucción
El actual sistema mundial permanece unipolar en una sola 
dimensión: el ámbito de la fuerza. Estados Unidos gasta casi lo mismo 
que el resto del mundo junto en fuerza militar, y está mucho más 
avanzado en la tecnología de la destrucción. Está solo también en la 
posesión de cientos de bases militares por todo el mundo, y en la 
ocupación de dos países situados en cruciales regiones productoras de 
energéticos. En estas regiones está estableciendo, además, enormes 
megaembajadas; cada una de ellas es en realidad es una ciudad dentro de 
otra: clara indicación de futuras intenciones. En Bagdad se calcula que 
los costos de la megaembajada asciendan de mil 500 millones de dólares 
este año a mil 800 millones en los años venideros. Se desconocen los 
costos de sus contrapartes en Pakistán y Afganistán, como también se 
desconoce el destino de las enormes bases militares que Estados Unidos 
instaló en Irak.
El sistema global de bases se comienza a extender ahora por América 
Latina. Estados Unidos ha sido expulsado de sus bases en Sudamérica; el 
caso más reciente es el de la base de Manta, en Ecuador, pero 
recientemente logró arreglos para utilizar siete nuevas bases militares 
en Colombia, y se supone que intenta mantener la base de Palmerola, en 
Honduras, que jugó un papel central en las guerras terroristas de 
Reagan. La Cuarta Flota estadunidense, desbandada en los años 50 del 
siglo XX, fue reactivada en 2008, poco después de la invasión colombiana
 a Ecuador. Su responsabilidad cubre el Caribe, Centro y Sudamérica, y 
las aguas circundantes. La Marina incluye, entre sus 
variadas operaciones, acciones
contra el tráfico ilícito, maniobras simuladas de cooperación en seguridad, interacciones ejército-ejército y entrenamiento bilateral y multilateral. Es entendible que la reactivación de la flota provoque protestas y preocupación de gobiernos como el de Brasil, el de Venezuela y otros.
La preocupación de los sudamericanos se ha incrementado por un 
documento de abril de 2009, producido por el comando de movilidad aérea 
estadunidense (US Air Mobility Command), que propone que la base de 
Palanquero, en Colombia, pueda convertirse en el 
sitio de seguridad cooperativadesde el cual
puedan ejecutarse operaciones de movilidad. El informe anota que, desde Palanquero,
casi medio continente puede ser cubierto con un C-17 (un aerotransporte militar) sin recargar combustible. Esto podría formar parte de
una estrategia global en ruta, que
ayude a lograr una estrategia regional de combate y con la movilidad de los trayectos hacia África. Por ahora,
la estrategia para situar la base en Palanquero debe ser suficiente para fijar el alcance de la movilidad aérea en el continente sudamericano, concluye el documento, pero prosigue explorando opciones para extender el sistema a África con bases adicionales, todo como parte de un sistema global de vigilancia, control e intervención.
Estos planes forman parte de una política más general de 
militarización de América Latina. El entrenamiento de oficiales 
latinoamericanos se ha incrementado abruptamente en los últimos 10 años,
 mucho más allá de los niveles de la guerra fría.
La policía es entrenada en tácticas de infantería ligera. Su misión es combatir 
pandillas de jóvenesy
populismo radical, término este último que debe de entenderse muy bien en América Latina.
El pretexto es la 
guerra contra las drogas, pero es difícil tomar eso muy en serio, aun si aceptáramos la extraordinaria suposición de que Estados Unidos tiene derecho a encabezar una
guerraen tierras extranjeras. Las razones son bien conocidas, y fueron expresadas una vez más a fines de febrero por la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, encabezada por los ex presidentes Cardoso, Zedillo y Gaviria. Su informe concluye que la guerra al narcotráfico ha sido un fracaso total y demanda un drástico cambio de política, que se aleje de las medidas de fuerza en los ámbitos interno y externo e intente medidas menos costosas y más efectivas.
Los estudios llevados a cabo por el gobierno estadunidense, y otras 
investigaciones, han mostrado que la forma más efectiva y menos costosa 
de controlar el uso de drogas es la prevención, el tratamiento y la 
educación. Han mostrado además que los métodos más costosos y menos 
eficaces son las operaciones fuera del propio país, tales como las 
fumigaciones y la persecución violenta. El hecho de que se privilegien 
consistentemente los métodos menos eficaces y más costosos sobre los 
mejores es suficiente para mostrarnos que los objetivos de la 
guerra contra las drogasno son los que se anuncian. Para determinar los objetivos reales, podemos adoptar el principio jurídico de que las consecuencias previsibles constituyen prueba de la intención. Y las consecuencias no son oscuras: subyace en los programas una contrainsurgencia en el extranjero y una forma de
limpieza socialen lo interno, enviando enormes números de personas
superfluas, casi todas hombres negros, a las penitenciarías, fenómeno que condujo ya a la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, por mucho, desde que se iniciaron los programas, hace 30 años.
Aunque el mundo es unipolar en la dimensión militar, no siempre ha 
sido así en la dimensión económica. A principios de la década de 1970, 
el mundo se había vuelto económicamente 
tripolar, con centros comparables en Norteamérica, Europa y el noreste asiático. Ahora la economía global se ha vuelto aún más diversa, en particular tras el rápido crecimiento de las economías asiáticas que desafiaron las reglas del neoliberal
Consenso de Washington.
También América Latina comienza a liberarse por sí sola de este yugo.
 Los esfuerzos estadunidenses por militarizarla son una respuesta a 
estos procesos, particularmente en Sudamérica, la cual por vez primera 
desde las conquistas europeas comienza a enfrentar los problemas 
fundamentales que han plagado el continente. He ahí el inicio de 
movimientos encaminados a la integración de países que tradicionalmente 
se orientaban hacia Occidente, no uno hacia el otro, y también un 
impulso por diversificar las relaciones económicas y otras relaciones 
internacionales. Están también, por último, algunos esfuerzos serios por
 dar respuesta a la patología latinoamericana de que son los estrechos 
sectores acaudalados los que gobiernan en medio de un mar de miseria, 
quedando los ricos libres de responsabilidades, excepto la de 
enriquecerse a sí mismos. Esto último es muy diferente de Asia oriental,
 como se puede medir observando la fuga de capitales. En Asia oriental 
tales fugas se han controlado con mucha fuerza. En Corea del Sur, por 
ejemplo, durante su periodo de rápido crecimiento, la exportación de 
capitales podía acarrear la pena de muerte.
Estos procesos en América Latina, en ocasiones encabezados por 
impresionantes movimientos populares de masas, son de gran 
significación. No es sorpresivo que provoquen amargas reacciones entre 
las elites tradicionales, respaldadas por la superpotencia hemisférica. 
Las barreras son formidables, pero, si logran remontarse, los resultados
 van a cambiar en forma significativa el curso de la historia 
latinoamericana, y sus impactos más allá de ella no serán pequeños.
 
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