| Adriana, la esposa de Gerardo, sabe dar lecciones si se trata de resistencia, verdad y lealtad. (Foto: Raúl Pupo / Juventud Rebelde) | 
Fue dando brincos desde que colgó el teléfono 
hasta la celda. Era la primera vez que se escuchaban después de tres 
años. Por fin podía tener la confirmación de que “¡Adriana existía!”, y junto a ello saber cómo estaba su familia.
La historia nos la contó hace algunos meses Adriana Pérez, la hermosa mujer que lleva 15 años a la espera de su “hombre”.
Cuando le informaron lo ocurrido con su esposo todo se le nubló, dejó
 de respirar. Entonces se quedó sola consigo misma para decidir lo que 
quería hacer, y se dio cuenta de que, además de querer acompañarlo, él 
necesitaba de su comprensión y llegó a esa conclusión “por las bases 
sólidas que tenía su matrimonio de diez años.
“La primera vez que oí a Gerardo después de tres años hablamos con 
mucha ecuanimidad, sin que ninguno llorara. Era el mismo hombre que 
había dejado de escuchar años atrás”, cuenta ella y resulta difícil de 
creer, porque ese tiempo sin saber de alguien que dejó de dar señales 
sin aviso pudiera ser una razón para olvidarlo.
Pero estos años no lograron apagar en Adriana unos ojos llenos de amor y esperanza. La esposa de Gerardo Hernández, uno de esos hombres sencillos devenidos héroes, sabe dar lecciones si se trata de resistencia, verdad y lealtad.
“Comencé a desencadenar todos los recursos que no sabía que tenía 
para llegar al final. Esa siempre ha sido mi meta. Llegar lo más 
saludable posible y con un matrimonio sólido. Él me dice que llevar 26 
años en las condiciones que lo hemos hecho, ya es un mérito.
“Gerardo me comenta que muchos no llegan a la mitad pudiendo resolver
 sus problemas todos los días. Y aunque algunos crean que hemos durado 
porque no convivimos, nuestro éxito está en tener la comunicación 
necesaria.
“Ha hecho que esto no sea una fase de estancamiento, de costumbre, de
 rutina. Siempre está en la motivación para cambiar. Tiene un gran por 
ciento de éxito en esta relación por sus valores, sus cualidades, su 
nivel de entrega, no solo a lo que ha hecho, sino a mí.
“A pesar de la incertidumbre, de no saber cuándo regresará, vivo 
orgullosa de haberlo elegido y sobrepasar los momentos más difíciles. Lo
 quiero con todos sus valores aunque no idealizo a mi hombre”.
HUMOR QUE HACE VIVIR
“Gerardo tiene cierto sentido del humor que sabe utilizar con mucho 
respeto y críticamente. Es optimista, no solo por esta situación, sino 
desde antes, lo que le ha servido para llegar hasta aquí.
“Aprovecha ese humor y no falta un momento para enlazarlo con la 
cotidianidad. Eso te hace más llevadera la situación matrimonial. Ayuda 
saber que hay un hombre que está ahí para cuando lo necesites”.
Y ese sentido del humor la acompaña siempre, aunque muchas veces, 
Gerardo dice que ella “mata su musa” y no lo deja “acabar de madurar”. 
Solo que él no la ha visto reír a carcajadas en la soledad de la noche 
leyendo sus ocurrencias.
“Me da pena por la gente que me escuche riendo sola. Pero es que 
siempre está al tanto de todo. Yo digo: ¿cómo sabe que esto está 
ocurriendo?
“Lo admiro muchísimo como patriota por su rigor, disciplina, 
fidelidad con todo. Lo admiro por todas las cosas buenas que ha sabido 
mantener”, expresa, y pensamos en que ese cariño mutuo es el secreto 
para trascender al tiempo.
“Somos dos personas diferentes. Él aparentemente es un hombre 
relajado, que no le da importancia a las cosas, que siempre está riendo…
 Yo soy más directa, me gusta todo en su lugar y soy más seria a la hora
 de enfrentar la vida. A cada rato le pregunto si no piensa madurar y me
 dice que no”, recuerda entre risas.
UN NIVEL SUPERIOR PARA EL AMOR
“A nosotros nos cambió la vida de hoy para mañana. Tener que hablar 
bajo la presión de que te escuchan; él con un cronómetro en la mano para
 calcular el tiempo que le queda de llamada. Que te dice ¡“te dejo, te 
dejo”!, y te quedas con la palabra en la boca. O cuando sientes detrás 
del teléfono la voz de un guardia llamándolo”, afirma y recuerda que ya 
tienen correo electrónico —que se lo aprobaron hacía poco—, y la 
comunicación fluye mejor, aunque está monitoreada y se la dilatan 
bastante.
“¿Cuántas cosas ustedes hablan con sus novios?, ¿cuando su mamá o su 
papá tienen un problema, para quién se viran? Para la pareja. Es lo 
mismo de nosotros y no lo tenemos. Siempre discutimos los asuntos y 
tratamos de saber qué es lo queremos y cómo.
“La comunicación ha sido muy importante y el enemigo lo sabe. Quizá 
por eso la ha evitado tanto y mantenido bajo control, incluso la 
interrumpe cada vez que puede. Pero siempre buscamos un nivel superior, 
siempre decimos que no pueden acabar con ella. El amor da todo esto”, 
alega.
Un amor que pudiera parecer tan imposible e inmaterial, sabe 
alimentarse bien de ciertos detalles. “Cuando tengo la posibilidad le 
compro un regalito. Y lo pongo a adivinar. Esa es la forma de que se 
mantenga dentro de la convivencia.
“No sé hacer postales, no tengo facilidad para hacer dibujitos ni 
para adornar lo que le mando. Él sí. Yo tengo otro tipo de detalles. Él 
se muere porque le haga un poema. Yo le digo: “¡Ay, mijo si yo te hago 
un poema tú te divorcias!” Como no tengo esa creatividad le copio los 
poemas, las canciones...
“No sé cantar, no me acuerdo de una letra de canción. Él me canta 
canciones para que las siga y lo que se arma es… Como él dice: “¡Tú, el 
Himno Nacional y corre!”. Pero así te diviertes y vas haciendo las 
cosas...
“Esos son los valores que hoy sigo defendiendo. Los valores de ese 
hombre que elegí cuando tenía 21 años y que, aunque no madure, ¡lo hago 
madurar a palos! Y él a mí en algunas cosas, porque no me ha podido 
enseñar a dibujar”.
Gerardo ama el deporte nacional. Y cuenta con una narradora de 
calidad para “transportarlo” al estadio. Industriales es su equipo 
favorito y Adriana cuando ve un juego de pelota le cuenta cada detalle 
por teléfono, y cuando gana se echa a llorar porque “no debía ser yo 
quien disfrutara de eso porque él lo siente, esa es su pasión”.
Y ese dolor Adriana no lo grita pero deja heridas, a veces no tan 
perceptibles. “El otro día le decía: “Yo diera cualquier cosa por tener 
ropa de hombre colgada en el pedacito donde tiendo. ¿Tú sabes qué hago a
 veces? Lavo todas tus ropas y las cuelgo. Las recojo y las vuelvo a 
doblar”. Son las cosas cotidianas que cualquiera hace, que aburren, 
porque no todo el mundo tiene ganas de lavar ni de planchar, sin 
embargo, eso es lo que añoro. Porque no lo tengo hace más de 20 años”.
LO DIFICIL DEL AMOR
El 7 de noviembre de 1986, Gerardo logró un beso de la muchacha que 
había conocido semanas atrás en la parada de La Rampa, camino a la 
escuela. Por fin la joven del poema compuesto el mismo día que la vio 
iba a convertirse en su novia eterna.
“No conocí a Gerardo siendo héroe. El de mi casa es el Gerardo 
hombre, el que elegí porque me gustó, porque teníamos intereses 
idénticos para el futuro, que proveníamos de familias muy unidas y un 
ambiente estable”.
Entonces llegan más risas y esa historia de cómo su mamá se apareció 
en casa del muchacho misterioso para conocer a la familia. El cuento de 
que con tres días de noviazgo, Gerardo aceptó la invitación a almorzar 
de la suegra porque ella “le vio, el hambre reflejada en el rostro”. La 
burla otra vez de esa suegra porque “ya Gera se estaba quedando calvo”.
“Cuando a Gerardo lo consideraron culpable me llamó y me dijo: “Mi 
reina, ya todo terminó. ¿Ya lo sabes? Culpables todos de todos los 
cargos”. Sentí que la voz le tembló y le dije: “Tranquilo, sabíamos que 
iba a ser así, hay que seguir adelante”… Él respondió: “¿Tú sabes lo que
 nos espera? No bajo de cadena perpetua”. Le contesté: “Tranquilo, yo sé
 que va a ser cadena perpetua”. Fue un momento muy duro”, rememora.
Cada situación ha sido compartida. El amor no permite que el sufrimiento sea de uno.
“Intenté permanecer 24 horas encerrada en el baño de mi casa para 
ponerme en el lugar de Gerardo. Quise tener la sensación de ver lo que 
él podía estar sintiendo. No las terminé. Salí. Porque tenía al alcance 
de mi mano abrir la puerta”, cuenta.
Gerardo y Adriana continúan con la familia que han formado entre 
sobrinos y familiares. Pero ese deseo de depositar lo mejor de cada cual
 en un ser humano quizá no pueda hacerse realidad si prevalece la 
injusticia que ya los ha separado por 15 años.
“Por mi edad lo estoy dejando sin la posibilidad de tener hijos. Sin 
embargo, él está preocupado porque, por su situación, tal vez no podré 
hacerlo. Pero no tenemos hijos porque el Gobierno de Estados Unidos no 
lo ha permitido y la situación política conllevó a que ellos tuvieran 
que estar allá y que a las edades en que los condenaron, no lo habíamos 
hecho.
“Fuimos comprando cositas poco a poco, otras nos las regalaron. 
Algunas las compré más adelante porque estábamos en período especial y 
para mí era muy difícil sacar de un salario para la canastilla. Muchas 
están sanas, guardadas, y son las que en un momento determinado tomaré y
 regalaré para que alguien les dé uso”.
Pero Adriana es fuerte y se lo debe al amor de Gerardo. A pesar del 
llanto, a pesar del dolor, a pesar de la distancia, a pesar de la 
incertidumbre…
“No sé si la relación nuestra va a ser toda una vida así. Tengo 
confianza y esperanza en que no ocurra, en que Gerardo regrese. Pero 
también tengo los pies sobre la tierra. Hoy la ley dice que Gerardo, con
 dos cadenas perpetuas, manipulación y todo un proceso contra él, se 
muere en la cárcel. Hoy para Adriana y Gerardo ese futuro no puede ser”.
Aunque triste, a veces conversan sobre ello:
—Bueno, ¿qué vamos a hacer? Te doy la oportunidad de que hagas con tu vida lo que quieras, le ha dicho Gerardo.
—No, yo sigo contigo hasta donde sea.
—Lo único que quiero es que estés segura de que puedes bajarte de 
esta guagua. Hasta hoy voy a seguir estando orgulloso de lo que has 
hecho porque me has entregado tu vida. Lo único que te puedo garantizar 
es que esta guagua va por un camino complicado, que vas a dar tumbos de 
un lado a otro, que vas a poder vomitar, que vas a poder sentir náuseas.
 Pero lo único que te puedo decir es que esta guagua va en camino a las 
estrellas.
—Voy con la guagua, yo sigo contigo, responde ella.
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